
La metáfora del jardinero de Zygmunt Bauman hace referencia a la contraposición entre culturas cultivadas, producidas, dirigidas y diseñadas por una parte y las culturas silvestres o “naturales” por otra.
En la primera prima la noción de la necesidad de un poder que ejerza un diseño artificial, ya que el jardín en que la sociedad se ha convertido no tiene los recursos necesarios para su propio sustento y autorreproducción por lo que es dependiente de este poder.
En las culturas silvestres, en cambio, los recursos de autorreproducción están en la propia sociedad y en sus lazos comunitarios, allí que le permitía saber cuales eran las malas hierbas, las malezas, y como eliminarlas.
Dichas malezas que crecen en las periferias de la sociedad serán los pobres leídos como clases peligrosas sobre los cuales se aplican y recaen las fuerzas del poder pastoral, al decir foulcaultiano, aunque Bauman, de un modo más inquietante, ha señalado que la realización completa del estado jardinero se encuentra en el estado totalitario propio del siglo XX, que encuentra sus malezas ya sea en el judío o en cualquier sujeto posible del genocidio.
En ultima instancia el genocidio sería la máxima concreción de la jardinería social, la depuración de las malezas en función de la concreción de una imagen de lo que el jardín debe ser. Nótese que esta metáfora se afirma en la noción de biopoder, y sus técnicas anatomopolíticas y biopolíticas, de Michel Foucault.