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13 enero 2011

Siempre queremos irnos

La palabra libertad sirve para expresar una tensión importante, acaso la más importante. Siempre queremos irnos, y cuando el lugar a donde queremos ir carece de nombre, cuando es impreciso y no vemos en él límite alguno, lo llamamos libertad.

La expresión espacial de esta tensión es el intenso deseo de traspasar un límite, como si éste no existiera. En el vuelo, la libertad remonta hasta el antiguo sentimiento mítico de ascender hacia el sol. La libertad en el tiempo es la superación de la muerte, y ya nos sentimos contentos cuando logramos aplazarla más y más.

No hay ninguna libertad “para algo”; la gracia y dicha de la libertad es la tensión del ser humano que quiere ir más allá de sus propias barreras y, para cumplir este deseo, elige siempre las barreras más perversas.

Pero el origen de la libertad se encuentra en el respirar. Todo el mundo ha podido siempre inhalar cualquier aire, y la libertad de respirar es la única que no ha sido realmente destruida hasta el día de hoy.

(Elias Canetti)

08 enero 2011

Los prejuicios y la metamorfosis





Enigmático es el sistema de los prejuicios. De la consistencia, el número y el orden de éstos dependerá el que un hombre envejezca con mayor o menor rapidez. Tendremos un prejuicio donde quiera que temamos una metamorfosis. Pero no nos libramos de ella: la recuperamos con gran fuerza y sólo entonces volvemos a quedar libres. No es que podamos retrasar indefinidamente metamorfosis que ya hubieron debido realizarse. Ellas mismas nos lanzan en la dirección opuesta, pero el hombre tiene un alma elástica y tarde o temprano recae de nuevo en ellas con seguridad y energía. Muchas metamorfosis son marcadas por los anatemas de los mismos padres; éstas son las más peligrosas. Otras llevan el odio de toda la humanidad, en ellas recaen sólo unos pocos espíritus selectos. Quien se metamorfosea mucho necesita muchos prejuicios. Éstos no deberán ser un estorbo en un hombre muy vital, al que hay que medir en función de sus oscilaciones y no de aquello que lo retiene.

10 noviembre 2010

Viajar es muy dificil




Dice Elias Canetti en Voces de Marrakech:

“No había leído nada sobre el país. Sus lugares me resultaban tan ajenos como sus gentes. Lo poco que a lo largo de una vida le llega a uno por los aires, de cada país y cada pueblo, se pierde en las primeras horas”

Si es que siguen existiendo los viajeros, a veces lo dudo, son esos que saben lo importantes que son las primeras horas y dejan que el lugar se los trague.

El turista podría aprovechar esa fortuna del recién llegado, pero suele estar demasiado informado, un gran inconveniente, además padece de poco tiempo y del síndrome del que va de paso; dolencia que consiste en mirar y mirar de una manera enfebrecida, con una mirada voraz que busca constatar exotismos, almacena oropeles repetidos y le hace creer que atrapó la esencia, cuando lo más que pudo alcanzar es a documentar con muchas imágenes el mismo prejuicio.

El viajero es raro, porque en nuestra época es muy difícil viajar. Para empezar porque no hay sorpresa, y todo lo que vamos a ver ya lo hemos visto. Viajaban quienes llegaban no muy lejos de su casa hasta el siglo XIX pero, a partir de entonces, aunque el traslado sea a la esquina más remota del globo, no sé si se puede decir con propiedad que se viajó: en todos los países existen espacios neutros e idénticos que nos harán sentir como si no hubiéramos salido, y el viajero siempre fue un terco que practicaba anacronismos impropios del individuo civilizado, como la incomodidad. El viajero es quien se puede permitir que sucedan cosas no imaginables de antemano, pero estos viajeros que me acompañan han decidido tenerlo, por una vez, todo previsto.

Los buenos viajeros son despiadados, recuerdo que decía Canetti, mientras salimos de Ouarzazate con un chofer Tuareg y transformados en turistas.

(Marta Sanuy)