28 septiembre 2025

Al bajar del escenario soy una pobre mujer, sola, triste y perdida.

 

(Angelica Liddell)

P: En ‘Del inconveniente de haber nacido’, Cioran dice: “No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento”. ¿Es su caso?

La muerte no es la tragedia, la tragedia es el nacimiento. El miedo es preexistente al hombre. Reconocemos el sentimiento del miedo automáticamente. Eso significa que primero fue el miedo, y después fue el hombre. Tal vez Dios es solamente una gran cantidad de miedo. Por otra parte palpita la gran paradoja del suicidio, tener ganas de morir, sentir ese hastío y ese espanto no significa que desaparezca el miedo a morir.

P: El año pasado nos sirvió su funeral y ahora el de Bergman. ¿Qué le une a él?

Bergman me ha salvado la vida numerosas veces con su pornografía del alma, me ha permitido identificar la podredumbre humana, la vergüenza, la culpa y el horror que nos fundan. Bergman para mi es como una Biblia, recurro a él constantemente. Cuando me bloqueo artísticamente veo el principio de Persona. ¿Qué se puede decir de la Biblia Bergman? Es una de las personalidades más importantes de todos los tiempos, ha definido lo humano con una crueldad y una belleza imbatibles. Pero lo que más me une a Bergman es la ausencia de distancia entre vida y obra. Ambos ponemos a trabajar a nuestros demonios tirando del carro de combate.

P: ¿Qué le ha dado el teatro en su vida?

No es exactamente el teatro lo importante sino el trabajo. Tener la capacidad y la fortuna de trabajar desde la mañana a la noche. El trabajo me ha dado el grado de extenuación necesaria para no morir. Trabajo para no morir. El cuerpo son todas las cosas que hacemos para no morir. Trabajo, luego no muero. Ese es el silogismo. No sé vivir sin trabajar. El descanso me estresa. No sé cómo descansar. Por ejemplo, leer es trabajar, pasear es trabajar, ver películas es trabajar, todo acaba en la carnicería del trabajo, todo está confiado a la escritura, a la poesía, al trabajo, en suma, al fuego.

P: Existen una Angélica Liddell diferente a la que sube al escenario y nos relata parte de su vida?¿Vive para hacer teatro?

Es imposible que haya dos Angélicas. Mi cuerpo y mi mente no se pueden desdoblar. El escenario te obliga a una transfiguración, lógicamente, el perímetro ritual y la presencia del público me transforman en objeto estético, mi cuerpo y mi espíritu participan de una creación, de un proceso de trabajo que concluye en el rito, el fuego interior cobra forma estéticamente, y los demonios salen convertidos en llamas a través de la herida. Cuando me bajo del escenario soy una pobre mujer, sola, triste y perdida, que no quiere ver a nadie, que se compra un par de Donuts en la gasolinera de la esquina y se va a casa a ver películas de terror para espantar de nuevo a los demonios. Pero soy la misma persona.

P: En el 2014 dijo que no volvería a España. ¿Se ha reconciliado con ella?

En absoluto, va a peor. Voy con ­DÄMON a Madrid por obligaciones contraídas con la red europea de Próspero. Nada más. El desprecio de las instituciones, la falta de atención, la falta de verdadero apoyo, y sobre todo la falta de respeto, la infinita falta de respeto de personas que ni siquiera contestan al teléfono. A mis sesenta años no tengo sede en mi país, no tengo residencia donde trabajar, nos tratan con un desprecio y una ruindad bárbaras. No nos tragan, y yo tampoco los trago a ellos. España es una enfermedad mental, como decía Panero. Es esa “España para los españoles” que me repugna, solo hay que ver la foto de los nuevos íncubos que dirigen las estructuras. Si no cambian las cosas, voy a tardar mucho tiempo en volver a Madrid, porque entre los unos y los otros, entre “la familia unida jamás será vencida” y los “resident evils remake”, Madrid apesta.

(Entrevista a Angelica Liddell)

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