03 febrero 2019

El acontecimiento sexual es absolutamente inútil





El acontecimiento sexual, pues, no tiene ningún fin, y no quiere tener ninguno. Pero las cosas más elevadas de nuestra existencia, como el arte, la poesía o la música, no tienen ningún fin visible y tangible y, cuando quieren tenerlo, inmediatamente parecen empobrecidas y despreciadas. Lo mismo ocurre con el acontecimiento sexual, que resulta empobrecido y despreciado cuando se le impone un fin. El acontecimiento sexual es, como todas las cosas más elevadas y resplandecientes de nuestra existencia, en su naturaleza real y en sus momentos más preciosos y felices, absolutamente inútil.
Pienso que, respecto al sexo, no se puede tener una opinión sin equivocarse. De hecho, el sexo no requiere opiniones. Rechaza toda idea de naturaleza abstracta y general. Las ideas no se pueden construir sobre todo, y el sexo es un buen ejemplo de ello.
El sexo es sordo, ciego y mudo, pero aun así, pretende comunicarse. Al ser el sexo ciego, sordo y mudo, está inmerso en la oscuridad y en el silencio, y es estricta propiedad del individuo como muy pocas otras cosas en el mundo. Estricta propiedad del individuo pero sedienta de un prójimo, e infeliz si no lo encuentra. 
En el sexo, la felicidad y el dolor aparecen únicamente cuando hay dos personas frente a frente. Del mismo modo, también el bien y el mal aparecen, en el sexo, cuando hay, frente a frente, dos personas, que pueden hacerse el bien o el mal recíprocamente. En el sexo, todo lo demás es juego, y tal vez no merezca la pena hablar de ello.
Muchas veces, también entre dos personas el sexo es juego. Muchas veces, los dos no sienten nada el uno por el otro y lo que buscan es el entretenimiento. No hay entonces un «acontecimiento sexual», sino de nuevo simplemente un juego, y la unión de los dos es entonces semejante a un partido de tenis, o una partida de ajedrez. Reclamar la libertad sexual, en abstracto, significa invocar la libertad de jugar al tenis o al ajedrez cuando nos apetece. ¿Es algo que se puede reclamar? Sí, pero seguramente no vale la pena armar tanto alboroto. Se desea la libertad de jugar al tenis como se desea cualquier otra libertad.
Nada más acabar de escribir las últimas palabras ya no me parecen tan verdaderas. Entre los juegos sexuales y las partidas de ajedrez o los partidos de tenis hay una diferencia fundamental. En los partidos de tenis solo interviene el cuerpo, en las partidas de ajedrez intervienen la astucia y la inteligencia. Pero en los juegos sexuales siempre interviene de alguna forma nuestra alma. Los vínculos entre el sexo y el alma son inexplicables, pero estrechos, indisolubles y profundos.

De los juegos sexuales no valdría la pena tal vez hablar si ahora no hubieran invadido el mundo. Si han invadido el mundo es porque hoy la gente desea agazaparse en una condición infantil. De los acontecimientos sexuales la gente tiene miedo, porque son dramáticos, están cargados de consecuencias, impregnados de felicidad o de infelicidad. La gente los teme como teme a los dragones. De este dragón que es el sexo, o de esta águila o halcón, han hecho una gallina cacareante, y la tienen aleteando en sus patios. Por lo cual cuando debaten sobre el sexo, parecen hablar de gallinas; se preguntan si recibirán o no los huevos que exigen, si obtendrán su porción de orgasmo, y hablan de eso lo más alto que pueden para no tener miedo. Van a ver películas pornográficas tal y como se va a ver los criaderos de pollos.
Goffredo Parise escribió hace unos días un artículo a propósito de la pornografía. Decía que la pornografía es una forma de conformismo y que de eso proviene su carácter tétrico. Sí, pero su carácter tétrico no solo proviene de eso. Proviene del hecho de que los criaderos de pollos son tétricos. Cuando una película de contenido pornográfico alcanza la esfera del arte, se desvanece inmediatamente el aire sofocante del gallinero e irrumpen los dragones. Se desvanecen los patios y cualquier inmóvil juego de infancia. El arte es adulto, y arrastra consigo el bien y el mal, el dolor y la felicidad, y la realidad.



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