Mi padre trabajaba de enterrador y asi lo llamaban, como si la cotidianeidad con los muertos le dotara de una humanidad especial y diferente. Años mas tarde, en esa busqueda juvenil, ingenua y vana, de intentar ocultar lo innombrable yo lo definia como un albañil de huesos, un pacificador de cuerpos.
Desde muy pequeño lo acompañaba en sus tareas en el cementerio. Las frecuentes visitas me enseñaron, sin saber como ni darme cuenta, las diferentes luces del dia, como iban cambiando las sombras, el calor apacible que me adormecia, las hierbas que crecian entre grietas y sobre todo me enseñaron a leer en las lapidas.
Veia las fotos, calculaba la edad al morir, alli aprendi que los niños tambien mueren, los nombres, algunos antiguos, de otra epoca, Silvestre, Arsenio, Acacio........ otros sin haberles dado tiempo a desarrollar su modernidad....
Imaginaba las historias, si habian muerto jovenes o muy ancianos, la familia que los lloraba......La vida resumida en una plancha de marmol.
Me gustaba mucho la quietud, la intemporalidad, la eternidad de las lapidas, tenia todo el tiempo del mundo en el camposanto. Nada cambiaba apenas, los muertos seguian en su sitio por toda la eternidad, ninguno me abandonaba, ni me cansaba, solo me relacionaba superficialmente con ellos, con sus nombres, con su historia.
Empece a interesarme por algunos: Maria, muerta a los diez y siete años, tus padres que te añoran. De que habia muerto? Algun accidente?. Una enfermedad maldita: Tuberculosis ?. De pequeño solo imaginaba que sentirian mis padres si yo desapareciera y me invadia el regusto de su dolor, de lo mucho que me querian....... Imaginaba morir para oir lo que decian de mi tras la muerte, lo que me añoraban, lo que me querian, que ahora en persona, por pudor, nunca me decian. No casaba bien la ternura con un padre enterrador que se protegia con un barniz de dureza de los azares de la vida.
Hasta ahora habia hablado ininterrumpidamente, sin grandes signos de emoción. Su voz me habia atrapado como un si fuera un lenguaje desconocido pero que, sin saber porque, entendia perfectamente. La voz cedio a la emocion, la narrativa acabo, el mundo volvia a estar en manos de la muerte.
La muerte no tiene prisa.

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