
Una inquietante luz roja que entra por las ventanas desde el interior de las casas es una constante en muchas de sus obras. ¿Qué hay dentro de esas habitaciones?
La luz roja pretende atraer al espectador, es una invitación, pero no necesariamente una bienvenida. Hay algo en ella que no parece natural, como una advertencia que no puedes descifrar. En Harrowden, cuanto más te acercas a la ciudad, más intenso se vuelve ese inquietante resplandor rojo en algunos lugares, casi como si la propia ciudad ejerciera una atracción tóxica sobre los que se acercan demasiado. Utilizo el rojo con más intensidad en el corazón de Harrowden, sugiriendo que la fuerza que persiste se hace más fuerte cuanto más te acercas, mientras que a medida que te alejas se utiliza menos el rojo.
Se supone que es una presencia magnética, algo invisible pero que se siente profundamente. Tal vez una energía antinatural, una enfermedad industrial o la contaminación que se extiende desde Harrowden. ¿Qué hay dentro de esas habitaciones? Eso debe decidirlo el espectador. Hasta ahora todavía no he hecho muchas escenas en el interior para el proyecto.
El tema de este número es el caos y la destrucción. Me gustaría preguntarle por su perspectiva sobre el mundo actual y su futuro, dada la actual situación social en la que vivimos hoy a todos los niveles.
El mundo parece estar hoy al borde del colapso. La máquina se está rompiendo, pero en lugar de dejarla caer, los que están en el poder la están remendando con métodos cada vez más brutales —vigilancia, control, escasez fabricada—, cualquier cosa para mantener las cosas en marcha durante más tiempo.
¿Tenía razón Orwell?
Sí, Orwell tenía razón: sobre la vigilancia, sobre el control, sobre la forma en que el poder se mantiene a sí mismo a través del miedo y la manipulación. Vivimos en un mundo en el que la verdad se modifica constantemente, en el que la tecnología no solo nos vigila, sino que predice, empuja, impone. Los mecanismos de control se han vuelto más insidiosos, más automatizados, pero el resultado es el mismo: obediencia, división y un sistema que se alimenta de sí mismo.
Dicho esto, mi trabajo reciente se inclina más hacia algo dickensiano, no de un modo nostálgico, sino en el sentido de un mundo definido por la lucha de clases, por el peso de la industria, por personas que intentan sobrevivir en un sistema diseñado para machacarlas. Harrowden no es solo un lugar de control y vigilancia; es un lugar de trabajo, suciedad y fantasmas, donde el pasado no solo se recuerda, sino que sigue vivo, dándole forma a todo.
Orwell nos advirtió sobre la bota estampada en un rostro humano para siempre, pero Dickens nos mostró las calles cubiertas de hollín, las prisiones de deudores, la implacable maquinaria de la industria. Ambos son relevantes. La cuestión es si escapamos a esos ciclos o si estamos condenados a repetirlos en formas nuevas y más brillantes.
(Hari Ren)
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