El optimismo fabricado se ha convertido en un método para hacer sentir culpables a los pobres de su pobreza, a los enfermos de su enfermedad y a las víctimas de despidos corporativos por su incapacidad para conseguir trabajos que valgan la pena. Las megaiglesias sermonean el “gospel de la prosperidad”, exhortando a los pobres a que visualicen el éxito económico. Las empresas han abandonado la toma racional de decisiones, optando por el liderazgo carismático.
La alternativa es el realismo. Pensemos en lo que realmente sucede; recabemos toda la información que podamos; veamos cuáles son las opciones; busquemos cómo resolver este problema. Suena muy trillado y simplista, aunque no sea así como el pensamiento corporativo ha funcionado.
No lo llamo optimismo. Lo llamo determinación. Una de las cosas a las que me he consagrado durante mucho tiempo son la pobreza, las clases y la desigualdad. Estas cosas no desaparecerán mientras yo viva, pero no será porque no lo intente. Y ese es un tipo de espíritu diferente que el optimismo.
No creo que el mío sea un enfoque árido, demasiado intelectual. Piensa en lo que estamos combatiendo en el frente económico y ambiental. Una gran cantidad de gente no estaría por la labor. Están las amenazas ecológicas a la especie humana. Hagamos algo al respecto. Lo que sería más irresponsable es decir, “si pensamos que todo irá bien, entonces irá bien”.
Un optimista es un imbécil simpático, un pesimista un imbécil antipático.(Bertrand Russell)
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