26 octubre 2025

La muerte y el Enterrador

(El jardin de la muerte) (Hugo Simberg)

Mi padre trabajaba de enterrador y asi lo llamaban, como si la cotidianeidad con los muertos le dotara de una humanidad especial y diferenteAños mas tarde, en esa busqueda juvenil, ingenua y vana,  de intentar ocultar lo innombrable yo lo definia como un albañil de huesos, un pacificador de cuerpos. 

Desde muy pequeño lo acompañaba en sus tareas en el cementerio. Las frecuentes visitas me enseñaron, sin saber como ni darme cuenta, las diferentes luces del dia, como iban cambiando las sombras, el calor apacible que me adormecia, las hierbas que crecian entre grietas y sobre todo me enseñaron a leer en las lapidas.

Veia las fotos, calculaba la edad al morir, alli aprendi que los niños tambien mueren, los nombres, algunos antiguos,  de otra epoca, Silvestre, Arsenio, Acacio........ otros sin haberles dado tiempo a desarrollar su modernidad....

Imaginaba las historias, si habian muerto jovenes o muy ancianos, la familia que los lloraba......La vida resumida en una plancha de marmol.

Me gustaba mucho la quietud, la intemporalidad, la eternidad de las lapidas, tenia todo el tiempo del mundo en el camposanto. Nada cambiaba apenas, los muertos seguian en su sitio por toda la eternidad, ninguno me abandonaba, ni me cansaba, solo me relacionaba superficialmente con ellos, con sus nombres, con su historia.

Empece a interesarme por algunos: Maria,  muerta a los diez y siete años, tus padres que te añoran. De que habia muerto? Algun accidente?. Una enfermedad maldita: Tuberculosis ?. De pequeño solo imaginaba que sentirian mis padres si yo desapareciera y me invadia el regusto de su dolor, de lo mucho que me querian....... Imaginaba morir para oir lo que decian de mi tras la muerte, lo que me añoraban, lo que me querian, que ahora en persona, por pudor, nunca me decian. No casaba bien la ternura con un padre enterrador que se protegia con un barniz de dureza de los azares de la vida. 

Hasta ahora habia hablado ininterrumpidamente, sin grandes signos de emoción. Su voz me habia atrapado como un si fuera un lenguaje desconocido pero que, sin saber porque, entendia perfectamente. La voz cedio a la emocion, la narrativa acabo, el mundo volvia a estar en manos de la muerte. 

La muerte no tiene prisa. 

22 octubre 2025

La luz roja y el colapso



Una inquietante luz roja que entra por las ventanas desde el interior de las casas es una constante en muchas de sus obras. ¿Qué hay dentro de esas habitaciones?

La luz roja pretende atraer al espectador, es una invitación, pero no necesariamente una bienvenida. Hay algo en ella que no parece natural, como una advertencia que no puedes descifrar. En Harrowden, cuanto más te acercas a la ciudad, más intenso se vuelve ese inquietante resplandor rojo en algunos lugares, casi como si la propia ciudad ejerciera una atracción tóxica sobre los que se acercan demasiado. Utilizo el rojo con más intensidad en el corazón de Harrowden, sugiriendo que la fuerza que persiste se hace más fuerte cuanto más te acercas, mientras que a medida que te alejas se utiliza menos el rojo.

Se supone que es una presencia magnética, algo invisible pero que se siente profundamente. Tal vez una energía antinatural, una enfermedad industrial o la contaminación que se extiende desde Harrowden. ¿Qué hay dentro de esas habitaciones? Eso debe decidirlo el espectador. Hasta ahora todavía no he hecho muchas escenas en el interior para el proyecto.

El tema de este número es el caos y la destrucción. Me gustaría preguntarle por su perspectiva sobre el mundo actual y su futuro, dada la actual situación social en la que vivimos hoy a todos los niveles.

El mundo parece estar hoy al borde del colapso. La máquina se está rompiendo, pero en lugar de dejarla caer, los que están en el poder la están remendando con métodos cada vez más brutales —vigilancia, control, escasez fabricada—, cualquier cosa para mantener las cosas en marcha durante más tiempo.

¿Tenía razón Orwell?

Sí, Orwell tenía razón: sobre la vigilancia, sobre el control, sobre la forma en que el poder se mantiene a sí mismo a través del miedo y la manipulación. Vivimos en un mundo en el que la verdad se modifica constantemente, en el que la tecnología no solo nos vigila, sino que predice, empuja, impone. Los mecanismos de control se han vuelto más insidiosos, más automatizados, pero el resultado es el mismo: obediencia, división y un sistema que se alimenta de sí mismo.

Dicho esto, mi trabajo reciente se inclina más hacia algo dickensiano, no de un modo nostálgico, sino en el sentido de un mundo definido por la lucha de clases, por el peso de la industria, por personas que intentan sobrevivir en un sistema diseñado para machacarlas. Harrowden no es solo un lugar de control y vigilancia; es un lugar de trabajo, suciedad y fantasmas, donde el pasado no solo se recuerda, sino que sigue vivo, dándole forma a todo.

Orwell nos advirtió sobre la bota estampada en un rostro humano para siempre, pero Dickens nos mostró las calles cubiertas de hollín, las prisiones de deudores, la implacable maquinaria de la industria. Ambos son relevantes. La cuestión es si escapamos a esos ciclos o si estamos condenados a repetirlos en formas nuevas y más brillantes.

(Hari Ren)


21 octubre 2025

Las zapatillas y el arrastrar

(Alejandra Pizarnik)

Charlie Parker deja fluir con velocidad que no permite una percepción comoda,  notas y notas, enlazadas, disonantes, melodicas. Se puede improvisar melodicamente, ritmicamente o armonicamente. 

La fiesta de despedida, una perfomance, un acto en el que la gestion de la realidad no es estetica, la obra de arte debe ser bella?. La acción humana debe ser coherente?. El silencio debe predominar?. El discurso debe ser racional?. 

Quizas solo exista una coherencia de neurotransmisores, hormonal, oxitocina a barullo, no importa la imagen solo las secreciones. Las secreciones no tienen tiempo ni edad.

Las zapatillas como simbolo de deterioro, de arrastrar, de no levantar los pies, ni el animo, ni otras cosas, con el objetivo de esfinterear, de vaciar, de contraer y relajar. 

Hay que parar el tiempo, acodarse en tus labios ondulados, mirar por la ventana de los ojos el mar de los tuyos y tu sonrisa, a veces tan escasa, y sobre todo explorar las dunas de tu cuerpo, campos de extraccion de oxitocina, de temblor nervioso, tan fragil e inestable pero siempre tan buscado......  


Ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida

(Alejandra Pizarnik)

(Evaristo Cienpozuelos)

20 octubre 2025

Bela Tarr y el hecho de no poder cambiar tu vida


“Quería mostrar a alguien que se siente solo en su torre de vigilancia, que tiene mucha monotonía en su vida, que encuentra un dinero e imagina que su vida será diferente. Quiere vivir otra vida, pero al final no lo consigue. Cuando te estás rebelando, tienes que asumir el hecho que no puedes cambiar tu vida” 

“no hay razón para hablar de vidas fáciles cuando la gente está muriendo sin motivo, cuando los niños pasan hambre... Algunas vidas son duras, algunas son sencillas. Depende de tu situación social, de tus posibilidades. Pero veo que la vida de la mayoría es horrible en todos los lugares del mundo. El 1% de la población es propietario de todo. Odio este tipo de situaciones sociales, evidentemente injustas”.

“No me gustan las instituciones que te quieren educar, las instituciones donde viene un profesor que, aunque quiera hacer su trabajo lo mejor posible, te está diciendo cómo cree que debes hacer las cosas. Y después consigues una buena nota en el examen si repites lo que te ha dicho”, declara. Le parece más interesante estimular la imaginación: “No hay normas. Liberación, en lugar de educación. A partir de aquí, veremos, es cosa suya. Yo puedo ayudarlos, provocarlos, empujarles a ser más radicales que yo, más estrictos…”.

“Entonces pensaba que todos los problemas eran sociales, que todo se arreglaría si se solucionasen esos problemas sociales. Tuve que afrontar que los problemas son ontológicos, y llegue al punto de entender que los problemas son cósmicos, que no hay salida”.

“Decidle a la industria audiovisual que se joda, porque matará vuestra imaginación, vuestra libertad. Os querrán domesticar como a una mascota que es parte del sistema. Así que debéis estar fuera del sistema. Y podréis ser más revolucionarios que yo. Debéis hacerlo, porque, si no es así, lo sentiré por vosotros”, concluye. Y Tarr continúa terminándose su cerveza, parsimoniosamente.

16 octubre 2025

Las paginas felices y el precio de la libertad



«Me ha ocurrido en esta vida lo más triste que podía ocurrirme: de poeta que era me he convertido en autor. Creo que de un modo u otro fui un auténtico poeta alguna vez, en mi adolescencia, cuando todavía no había publicado nada, y ni siquiera escrito nada, a excepción de un diario íntimo. Ese es mi estado ideal, perdido para siempre, en el que sueño continuamente: me gustaría volver a él, que desapareciera para siempre el recuerdo de los, ¡ay!, diez libros escritos en los veinte años transcurridos desde que empecé a escribir. Me gustaría tener el valor de volver a convertirme en nadie, pero este valor no se le concede a todo el mundo."

»¿Qué vais a encontrar en esos diez libros? Si tenéis paciencia suficiente para hojearlos, algunas páginas buenas. Pero no las que ha jaleado la crítica. Porque esas páginas felices se encuentran, como suele ocurrir, inmersas en montones de literatura. Y cuanto mejor es la literatura, tanto menor es la probabilidad de encontrar páginas logradas desde el punto de vista artístico: páginas verdaderas. Son lo más precioso de los libros, porque no son experimentos, sino experiencias, y no son éxitos del autor, sino regalos que se le hacen al autor. Por eso el orgullo de escritor es algo tan estúpido. Son esas pocas páginas las que deberían merecer un mayor reconocimiento."

»No vivo como un escritor y no me siento un escritor. Me siento tan sólo un hombre muy libre y, como el precio de la libertad es el más alto, muy triste. Trato de seguir viviendo. No sé si alguna vez volveré a escribir algo ni me preocupa saberlo. No me gustaría quedar internado en el asilo de la historia de la literatura».



(Mircea Cartarescu) (Prologo del libro Por que nos gustan las mujeres)

29 septiembre 2025

Nunca somos lo que creemos que somos, sino lo que los demás entienden que somos.

(George Orwell)



 El vagabundeo pone a George] Orwell en condiciones de mirarlo todo –a otros seres humanos y a la sociedad en general, sus jerarquías, sus valores, sus rituales, sus tabúes– con ojos nuevos. Como había vivido en Asia varios años y cruzado muchas fronteras culturales, ya tenía una concepción de la sociedad relativamente amplia. Sus experiencias de vagabundo, sin embargo, le dieron acceso a estratos y grupos sociales a los que no habría llegado de otro modo. Y gracias a eso obtuvo un gran conocimiento. La idea, por ejemplo, de que las distinciones sociales carecen de solidez. Entiende que, entre los vagabundos, en última instancia, al margen de cuál sea su riqueza, las personas son básicamente iguales. La idea de que hay “una diferencia misteriosa y fundamental entre pobres y ricos” es una afirmación coja, una “superstición”. Orwell descubre que en la realidad “no hay tal diferencia”. Las distinciones sociales, aunque parecen insalvables, son una ilusión óptica. Lo que produce esta ilusión puede ser la cosa más sencilla del mundo. La ropa, por ejemplo.


Atravesando líneas divisorias y grados de pobreza, Orwell aprende la importancia vital de la apariencia. 
Como miembro de la clase alta británica debió de tomar la ropa, ante todo, por señal exterior de pertenencia a una clase u otra. Por una mera convención social. Ahora lo entiende de otro modo. Ha aprendido lo que los buenos actores y los espías han sabido siempre: que el hábito hace al monje. Somos nuestro disfraz. Los demás casi siempre ven la máscara, nunca la persona; en efecto, la persona es la máscara (persona en latín). Cuando se pone la ropa de vagabundo, la primera reacción de Orwell es aferrarse a su antiguo yo. “Vestido como iba, medio temía que la policía me detuviese por vagabundo y no me atrevía a hablar con nadie, pues imaginaba que se advertiría la discrepancia entre mi acento y mis ropas”.

Esta suposición solo revela que Orwell estaba aún poco adiestrado en las costumbres del mundo: en su ingenuidad, suponía que era diferente de lo que su indumentaria daba a entender. En otras palabras, que tenía una personalidad más profunda y esencial y que, al hablar con él, la gente repararía en esa personalidad y por lo tanto detectaría al auténtico Eric Blair oculto tras el sujeto de aspecto indigente. “Más tarde me di cuenta de que eso no ocurría nunca”, escribe. En sociedad nunca somos lo que creemos que somos, sino lo que los demás entienden que somos. Un hombre de posibles con ropas de vagabundo es un vagabundo. Si nos ponemos ropa de vagabundo, somos vagabundos, de todas todas. “Las ropas son poderosas”, concluye Orwell. “Vestidos de vagabundo es muy difícil [...] no sentir que estamos realmente degradados”.

Una vez que ha recibido el bautismo de vagabundo puede empezar en serio su exploración sociológico-literaria. Los descubrimientos que hace no dejan de sorprenderlo; ahora se le revela toda una dimensión nueva de su existencia social. “Mi nueva indumentaria me introdujo al instante en un mundo nuevo. La conducta de todos pareció cambiar de repente”, advierte. “Ayudé a un vendedor a levantar una carretilla con la que tenía problemas. “Gracias, colega”, dijo con una sonrisa. Nadie me había llamado colega en toda mi vida: fue por la ropa”. Siempre la ropa. El vendedor no hablaba con Orwell, sino con la ropa que llevaba.

No todos sus descubrimientos fueron tan simpáticos. Orwell se da cuenta, no sin un sobresalto, “de que la actitud de las mujeres varía según la indumentaria del hombre. Cuando un hombre mal vestido se cruza con ellas, estas se apartan de él con un sincero movimiento de asco, como si fuera un gato muerto”. No debería haberse sorprendido: era en efecto un gato muerto.

La imagen del perdedor es tan repulsiva como la de un cadáver maloliente. El asco es tan imperioso que puede socavar incluso los modales más refinados. Pues esa imagen nos obliga de súbito, contra nuestras mejores intenciones, a ver a través de toda la mascarada y a enfrentarnos al silencio mortal que acecha tras el ruido agradable que por lo general hay en nuestras interacciones sociales. La imagen del perdedor es inquietante porque nos recuerda lo peor que puede ocurrirnos: la degradación, la decadencia, la indigencia. Sabemos de manera instintiva, si no consciente, que estas cosas siempre son posibles porque el orden social siempre es precario. El abismo puede atraparnos en cualquier momento desde el otro lado. Los perdedores deben existir, desde luego, necesitamos que estén ahí, pero no demasiado cerca para sentirnos cómodos.

(Costica Bradatan) (Drăgoiești, Rumanía, 1971) es filósofo. Este texto es un adelanto editorial de su libro Elogio del fracaso, de la editorial Anagrama, que se publica este 21 de mayo. La traducción es de Antonio-Prometeo Moya. 

28 septiembre 2025

Al bajar del escenario soy una pobre mujer, sola, triste y perdida.

 

(Angelica Liddell)

P: En ‘Del inconveniente de haber nacido’, Cioran dice: “No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento”. ¿Es su caso?

La muerte no es la tragedia, la tragedia es el nacimiento. El miedo es preexistente al hombre. Reconocemos el sentimiento del miedo automáticamente. Eso significa que primero fue el miedo, y después fue el hombre. Tal vez Dios es solamente una gran cantidad de miedo. Por otra parte palpita la gran paradoja del suicidio, tener ganas de morir, sentir ese hastío y ese espanto no significa que desaparezca el miedo a morir.

P: El año pasado nos sirvió su funeral y ahora el de Bergman. ¿Qué le une a él?

Bergman me ha salvado la vida numerosas veces con su pornografía del alma, me ha permitido identificar la podredumbre humana, la vergüenza, la culpa y el horror que nos fundan. Bergman para mi es como una Biblia, recurro a él constantemente. Cuando me bloqueo artísticamente veo el principio de Persona. ¿Qué se puede decir de la Biblia Bergman? Es una de las personalidades más importantes de todos los tiempos, ha definido lo humano con una crueldad y una belleza imbatibles. Pero lo que más me une a Bergman es la ausencia de distancia entre vida y obra. Ambos ponemos a trabajar a nuestros demonios tirando del carro de combate.

P: ¿Qué le ha dado el teatro en su vida?

No es exactamente el teatro lo importante sino el trabajo. Tener la capacidad y la fortuna de trabajar desde la mañana a la noche. El trabajo me ha dado el grado de extenuación necesaria para no morir. Trabajo para no morir. El cuerpo son todas las cosas que hacemos para no morir. Trabajo, luego no muero. Ese es el silogismo. No sé vivir sin trabajar. El descanso me estresa. No sé cómo descansar. Por ejemplo, leer es trabajar, pasear es trabajar, ver películas es trabajar, todo acaba en la carnicería del trabajo, todo está confiado a la escritura, a la poesía, al trabajo, en suma, al fuego.

P: Existen una Angélica Liddell diferente a la que sube al escenario y nos relata parte de su vida?¿Vive para hacer teatro?

Es imposible que haya dos Angélicas. Mi cuerpo y mi mente no se pueden desdoblar. El escenario te obliga a una transfiguración, lógicamente, el perímetro ritual y la presencia del público me transforman en objeto estético, mi cuerpo y mi espíritu participan de una creación, de un proceso de trabajo que concluye en el rito, el fuego interior cobra forma estéticamente, y los demonios salen convertidos en llamas a través de la herida. Cuando me bajo del escenario soy una pobre mujer, sola, triste y perdida, que no quiere ver a nadie, que se compra un par de Donuts en la gasolinera de la esquina y se va a casa a ver películas de terror para espantar de nuevo a los demonios. Pero soy la misma persona.

P: En el 2014 dijo que no volvería a España. ¿Se ha reconciliado con ella?

En absoluto, va a peor. Voy con ­DÄMON a Madrid por obligaciones contraídas con la red europea de Próspero. Nada más. El desprecio de las instituciones, la falta de atención, la falta de verdadero apoyo, y sobre todo la falta de respeto, la infinita falta de respeto de personas que ni siquiera contestan al teléfono. A mis sesenta años no tengo sede en mi país, no tengo residencia donde trabajar, nos tratan con un desprecio y una ruindad bárbaras. No nos tragan, y yo tampoco los trago a ellos. España es una enfermedad mental, como decía Panero. Es esa “España para los españoles” que me repugna, solo hay que ver la foto de los nuevos íncubos que dirigen las estructuras. Si no cambian las cosas, voy a tardar mucho tiempo en volver a Madrid, porque entre los unos y los otros, entre “la familia unida jamás será vencida” y los “resident evils remake”, Madrid apesta.

(Entrevista a Angelica Liddell)

21 septiembre 2025

Hemos domiciliado la velocidad


(Francisco Jarauta)

P. En Poéticas…, e imagino que aún más en su próximo monográfico, defiende la especial vigencia de Nietzsche, así se hayan ido por el sumidero los posmodernismos, pensamientos débiles y otras corrientes hedonistas fin de siècle, y de ciclo, que tanto lo invocaban.

R. ....... Ya no se podía mantener más una teoría feliz generalizada, como se pretendió entonces. La mirada de Nietzsche se nos vuelve hoy más severa, cuando se multiplican la provisionalidad de los lenguajes y las estructuras en fuga. Por supuesto, la risa de Zaratustra nos salva de la melancolía por la nostalgia de la totalidad perdida. Pero hoy prevalece el Nietzsche que nos recuerda que “nuestro futuro es el reino mineral”. O el que, como médico de cabecera, nos anuncia: “He venido a curaros de la pesadilla de la eternidad”.


P. ¿Será que el simulacro de entonces se ha descompuesto en simulaciones líquidas, casi inapelables? Usted se hace eco, por cierto, del giro de Zygmunt Baumann en sus últimos ensayos, en que detecta nuestra condición actual de “espectadores globales”, sometidos a una nueva “ansiedad”; ese terrible símil de estar postrados en un andén viendo pasar trenes de alta velocidad sin poder subirse a ninguno…

R. Fíjate que, en esa lúcida imagen, Baumann incorpora la “alta velocidad”. Me remito a la advertencia de Paul Virilio: que el cambio de paradigma de nuestro tiempo es haber “domiciliado la velocidad”. Antes, en paralelo, por ejemplo, a esa cultura del simulacro, acuñada por Jean Baudrillard, se destacaba lo efímero. Pero ahora ese concepto se nos ha quedado corto, pues lo efímero se transforma en algo permanente, y, su tempo, es cada vez más y más breve. Así pues, estamos condenados a ser observadores de un mundo que cambia a una velocidad permanente. Y la distancia con nuestra mirada no para de crecer, pues mientras todo sigue cambiando a velocidad de vértigo, nosotros debemos permanecer aferrados a una cierta identidad. Obviamente, esto genera la “anxiety”, y, al no poder digerirla, caemos en la perplejidad. Creo que ese es el síndrome más destacado hoy día: Vivimos en un bucle entre la ansiedad y la perplejidad.


P. ¡Uf! Suena a no poder bañarse ni siquiera una vez en el río de Heráclito; o, al menos, no poder cruzar hasta la otra orilla ya en el primer baño. Peor aún que el “presente inmemorial”, de J-F. Lyotard, ¿cómo articular ningún futuro desde esa actualidad tan ciclotímica y veloz?

R. Es que nunca antes el presente estuvo tan desconectado del futuro. Antaño, el futuro daba más garantías de continuidad: era más pacífico y previsible; pero hoy la pregunta por el futuro es angustiante.

P. ¿Y cómo afecta a cualquier voluntad de trascendencia en la literatura y el arte? La crítica de arte Estrella de Diego afirma que ya nadie quiere ser inmortal, sino que nos basta con ser “inmoribles” …

R. El arte sigue cumpliendo su función de iluminación y protección frente al caos. Con más radicalidad que cuando lo advirtiera Walter Benjamin, es obvio que ha perdido cualquier aura de trascendencia, y ya nadie puede pedirle, a una obra, más que su rentabilidad inmediata. Ya no tiene el efecto terapéutico asociado a un modelo de belleza universal. Hoy, la belleza está mucho más disgregada, es más subjetiva, y se puede encontrar en cualquier parte… en un golpe de viento que te ha despeinado, o, ¿qué sé yo?, una miga de pan perdida en una mesa abandonada… Cada cual tiene sus episodios de belleza instantánea.


P. Entonces, cualquier propuesta artística o entrega literaria, como se dice significativamente, ¿está destinada a ser cada vez más efímera, marginal e invisible para el conjunto de la sociedad?

R. En una sociedad tan atomizada en individuos y en colectivos muy heterogéneos, sería quimérico pretender la visibilidad generalizada que se buscaba antaño. A más rigurosa y ambiciosa sea una obra artística o literaria, resultará más marginal, pero obligará mucho más a pensar, y pensar es una forma de resistencia. No es inútil escribir o pintar en las fronteras, o en las arenas del desierto, como nos enseña Edmond Jabès [Jarauta ha sido el introductor en España del autor de El libro de las preguntas]. No son malos tiempos para comprender que existe un silencio que nace de la experiencia interior, muy fértil para la creación o para contemplar la vida.


P. En su libro, enaltece el fragmento como la expresión más adecuada. ¿No es un dictado del espacio que conceden las redes sociales? ¿No se corre el riesgo de perpetuar la cultura del picoteo; y de vulnerar la advertencia de Wittgenstein: que “la guinda puede ser lo mejor de un pastel, pero un saco de guindas no es mejor que un pastel”?

R. Defiendo el fragmento que se piensa, como antídoto contra su banalización; el fragmento como centro del ensayo, que debe permear cualquier otro género literario. Frente a las tesis del clasicismo sobre la unidad de la cultura, y de la civilización, lo que nos queda a nosotros es el fragmento, que se multiplica. El ensayo fragmentario, frente a la falacia de los sueños sistemáticos, como pretende el discurso académico. Ya no podemos averiguar nada, sino por aproximación, de manera errante; no por explicaciones, sino en alusiones infinitas, como visionaron desde Nietzsche a Robert Musil. Es un revulsivo contra toda positivización de los lenguajes artísticos, cuando lo más importante es que muestren su tensión, su versión del naufragio de cualquier discurso totalizador.


P. Habla también de la vejez, y hasta de la enfermedad, como un cierto espacio de redención, cuando “se calman los fantasmas” y aparece “una libertad soberana”, mucho más interiorizada…

R. La libertad siempre ha sido parte de mi forma de vivir y pensar; siempre la he sentido, desde un cierto anarquismo silencioso, como algo innegociable. Y, en efecto, la vejez reconfirma esa actitud con creces. Claro, no otorga nada si no se ha tenido esa predisposición. El último Gilles Deleuze, ya muy enfermo, dejó escrito en un folio, al que tuve acceso, a través de mi amigo Lyotard, algo que me marcó: “Solamente la muerte nos da el derecho de pensar y decir ciertas cosas”. Yo siento esa libertad.


P. Se lo iba a preguntar desde el principio, pero, sabiendo que somos náufragos fragmentarios, ansiosos y perplejos, y la mayoría, para olvidarlo, con los cascos puestos, es más pertinente hacerlo ahora, ¿Para qué sirve hoy la filosofía?

R. Para poder recomponer las preguntas. Hoy hay un exceso de exclamaciones y un temor defensivo a hacerse demasiadas preguntas. Lo dijo Agustín de Hipona, y lo adopta María Zambrano: “¿Quiénes somos nosotros?: Nosotros somos los que nos hacemos preguntas”. Tenemos sed de respuestas, y, a sabiendas de que no terminaremos de saciarla, cada nuevo tiempo exige reformular los interrogantes, y ese es el cometido tutelar de la Filosofía. En las estepas asiáticas, nació un radical etimológico, el término eth, que significa, a la vez, “humano” y “sediento”. Somos humanos porque tenemos sed de respuestas y una insaciable curiosidad. Es una de las advertencias más radicales que nos hace Robert Musil en El hombre sin atributos: “Cuando ya no tenemos preguntas, nos volvemos póstumos en vida”.

(Entrevista a Francisco Jarauta)

13 septiembre 2025

El diario y la falta de argumento


Creo que al final solo se trata de encontrar la propia voz. Escribir lento o no escribir porque a lo mejor no hay nada que decir. Llegar a visualizar la posición en que uno esta y transmitirlo.
Sigo sin decir nada, al final la dificultad de escribir es la falta de argumentos.

"Los diarios son un género literario que te libera de la esclavitud del argumento, entre otras cosas. Miles de escritores no han podido completar un libro porque no han encontrado los elementos con los que hacer que la obra pase de diez páginas. Yo calculo que he dejado de escribir treinta o cuarenta novelas porque no tenía el argumento necesario. En cierto sentido, puedo decir que soy autor de muchas novelas que no he escrito todavía, algunas de ellas buenísimas. No sé en qué sitio me deja eso dentro del panorama narrativo. Supongo que en algún lugar intrascendente, encerrado en uno de esos cajones de armario falsos, decorativos, en los que la humedad te carcome en silencio, y cuando mueres ni siquiera dejas un cadáver. Lo que si sé es que el argumento, en especial su ausencia, me ha hecho mucho daño. Y también me ha proporcionado gran felicidad.

Millones de lectores se arrojan a un libro buscando exclusivamente un argumento, que tenga aspecto de edificio, o castillo, con habitaciones y pasadizos. Los hechos encadenados los mecen, proporcionándoles un placer semejante al de un chapuzón en la piscina. Tal vez el agua esté caliente, por efecto del verano, e incluso del pis, pero caer en ella, como en una especie de infancia feliz, es cuanto les piden a un libro. El infierno tan temido de estos lectores es precipitarse a un libro sin argumento. Sienten que se le rompen los huesos en el golpe contra el lenguaje puro y duro, que para ellos equivale a una piscina vacía. Es una pena. En ocasiones el argumento ni siquiera es lo que un autor cuenta en sus libros. El qué ocurre dentro de una novela, pongamos, no siempre es la sucesión de acontecimientos en los que nadas. Infinidad de veces, cuando un escritor se pone a escribir una historia, está hablando de otras cosas muy diferentes y no lo advierte. Resulta común que tú, como autor, ignores qué escribiste realmente, hasta que viene un tercero y te lo aclara: «Tú escribiste de esto, esto y esto, aunque no lo sepas, imbécil». Y en efecto, así es. ¿Cómo pudiste no darte cuenta? (Juan Tallon)

Este Tallon me ha devuelto cierta posición al intentar escribir, me gusta su desenfado. Me quedo tranquilo por no escribir. Nunca he tenido argumentos. En esta vida sin aventuras la repeticion no es argumento. No controlo el tiempo, ni la comprension de lo que me sucede, solo el asombro de lo imprevisto. Los argumentos me asaltan pero al intentar atraparlos se escabullen. Quizas la memoria no sea secuencial..........siempre elucubrando.

11 septiembre 2025

Tata para todo

(Veronica Oliveira)



P. ¿Qué pasaría si mañana las empleadas del hogar no van a casa de nadie?

R. Uy, la gente no sabe ni dónde tiene las cosas. Suelo decir que la clase media brasileña necesita tata para todo. Necesitan tata al nacer, cuando son niños, cuando son adultos. Es una parte de la población muy acostumbrada a ser servida y mimada. Pero eso no les basta. Quieren que la persona que vaya a limpiar también escuche. Es más que una relación de trabajo, es casi como de la familia pero para el bien de la familia, no de ella.

P. Es muy habitual oír que es de la familia. ¿En qué no lo es?

R. ¡Ella no puede comer! O a veces puede comer lo que sobró u otra comida distinta. Suelo bromear que es parte de la familia, pero por debajo del perro.


P. En Brasil suele ser un empleo de mujeres pobres y negras. Y un trabajo muy subestimado en todo el mundo.

R. Durante la pandemia salieron muchos reportajes de gente diciendo ‘nunca lavé los platos, no sabía el tiempo que lleva limpiar, el esfuerzo que supone’… Hay productos, como aspiradoras o fregonas, que antes no compraban porque no los consideraban necesarios. Porque no limpiaban ellas. No querían gastar dinero en eso. Lo consideraban pretencioso
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09 septiembre 2025

El lujo empieza donde la necesidad termina


"Es como un edificio bonito, da igual en qué época fue levantado o lo antiguo que sea, siempre será impresionante, pero tienes que restaurarlo para seguir viviendo en él. Con la joyería y la relojería sucede lo mismo. Es como el Alcázar de Sevilla, es precioso tal y como es, no hay nada que cambiar: solo hay que disfrutarlo."

¿Qué significa el lujo hoy en día? ¿Qué significa el lujo para Cartier?

"El lujo no es necesariamente algo caro, es una combinación de arte y estilo. Es lo que llamamos necesidad superflua, porque el lujo empieza donde la necesidad termina. Hay una pregunta sobre las pautas de consumo que siempre está encima de la mesa: ¿por qué no dejamos de comprar lo que no necesitamos? El problema es que las cosas útiles casi nunca nos hacen felices. Y la compra que debemos reducir es precisamente la de esas cosas. Debemos consumir menos ropa, menos comida si luego la desechamos, menos energía, pero no menos arte. El arte no contamina. El amor, las relaciones, los atardeceres, los deportes…, esas cosas no son útiles. Útil es un cepillo de dientes, pero no me hace feliz. El champán me hace feliz. El agua solo aplaca mi sed. Y por eso el lujo al final es necesario. Es una necesidad superflua. Así que yo creo que la pregunta más pertinente sobre nuestros hábitos de consumo no tiene que ver con la opulencia, sino con la gratificación instantánea."

"El lujo no consiste en que tengas mucho dinero, te vayas de fin de semana con tus amigos, te compres algo y al día siguiente lo olvides. La gratificación instantánea es el verdadero problema. El verdadero lujo no lo es. Es lo que permanecerá cuando dejemos de consumir el resto de cosas. Cuando deseas algo durante mucho tiempo, trabajas para conseguirlo y obtienes esa recompensa, eso dice mucho de ti mismo. Da igual si eso que has logrado es para ti o un regalo para alguien que amas, como la historia del chico que llevaba el reloj de su padre. Eso es el lujo."

(Entrevista a Cyrille Vigneron)

06 septiembre 2025

La avidez por vivir en lugar de realmente vivir

 

(Pablo D'Ors)

El tema de la falta de tiempo es un espejismo. Realmente lo que hay es tiempo. Otra cosa diferente es cómo lo utilizamos. Si de verdad quieres saber en qué cree alguien y dónde tiene su corazón, mira su calendario y su horario.

Veinticuatro horas siete días a la semana dan para bastante, en efecto…

Sí, pero el asunto es que estamos en una cultura del afán de rendimiento. Eso significa que valoramos las cosas no por lo que son, sino por lo que producen. De hecho, siempre preguntamos: “¿Eso para qué sirve?”. Algo vale hoy si produce. Esto nos hace vivir con una tensión innecesaria, convencidos de que el tiempo hay que aprovecharlo. Pero no es que haya que aprovecharlo, sino vivirlo, que no es lo mismo. Ese afán de exprimir es lo que nos mata y lo que mete importantes dosis de infelicidad en nuestras vidas. No se trata de vivir en el vacío absoluto, claro; pero sí de conceder pequeños espacios al vacío. ¿Para qué? Para aprender que ser no se identifica con hacer. Hemos hecho un mito del pensamiento y de la acción, pero el ser humano no se reduce a pensar y hacer, hay otra cosa que se llama, en lugar de pensamiento, contemplación, y en lugar de acción, pasión. Pasión en el doble sentido de pasividad y de padecimiento. Las cosas tienen que tocarnos. Y si nos tocan, algunas nos hacen daño.

Al hablar de pasividad, entiendo que habla usted de escuchar al otro, de esa noción de la atención de la que escribió y habló Simone Weil Pero no corren buenos tiempos para eso.

Yo defino escuchar como recibir lo que el otro te dice sin cargarlo ni intelectual ni emocionalmente. En la medida en que tú añades tu propio pensamiento o tu propia emoción a lo que te están diciendo, ya no escuchas de verdad. Por eso, muchas de nuestras conversaciones son simplemente reactivas. Y es lo que pasa en nuestra sociedad de la extraversión, del siempre hacia fuera: que si te quedas callado y escuchando, te dicen: “¿Pero qué te pasa?”.

¿No habría que primar en la educación de niños y adolescentes la capacidad de hablar en público y, a la vez, de saber escuchar?

Bueno, la meditacion es eso: una escuela de escucha de uno mismo. Escucharse a uno mismo es lo que posibilita poder escuchar a otros, por la sencilla razón de que nadie puede dar lo que no tiene. En la medida en que la sociedad ha crecido en estímulos, y sobre todo en la inmediatez de esos estímulos, vamos necesitando cada vez más educación en la atención. Hoy, la amenaza que supone la dispersión es mucho mayor que hace años. ¿Qué es la dispersión? Estar en todas partes y, en realidad, en ninguna. ¿Y qué es meditar? Aprender a estar en un sitio.

Hay gente que, si está aquí, quiere estar allí y, si está allí, quiere estar aquí. Es terrible esa desazón, para ellos y para su entorno.

La fascinación por el turismo funciona de este modo. Es un poco como un check list: esto ya lo he hecho, ahí ya he estado… Es la avidez por vivir, en lugar de realmente vivir.

Al final es un problema de espacio, ¿no? En una caja entra hasta aquí y ya no cabe más. Y cuando ya no cabe más empezamos a fingir. ¿Está de acuerdo?

Sí lo estoy. Estamos sobre estimulados. Y cuando no lo estamos, ya nos preocupamos nosotros de buscar recursos para evitar el vacío. ¿Por qué el vacío asusta? Porque te recuerda lo que eres. El vacío exterior —una tarde de domingo libre, por ejemplo— es un espejo del vacío interior. Y eso nos da vértigo, porque donde no hay nada puede haber… cualquier cosa. El vacío es el éxtasis de la posibilidad. Y huimos de esa apertura tan total.

Si la meditación es la escucha de uno mismo, ¿es también confrontación?

Desde luego. La paz, que es uno de los frutos de la meditación, no es idílica, sino una paz resultante de un combate. Te has peleado contra ti mismo y llegas a la luz después de atravesar la oscuridad. Eso supone muchas cosas: la zozobra, la incapacidad de sostenerse uno mismo, todo el inconsciente que va emergiendo, todo eso que Jung llamaba la sombra, los famosos demonios interiores... Todo eso hay que mirarlo amorosamente para exorcizarlo.

Pero todo eso pasa en los sueños también.

Es que se parecen mucho. A lo que más se parece la meditación es al sueño. Son las dos fuentes por las que el inconsciente sale a la superficie. Siempre que se habla de meditación, muchos creen que es algo misterioso y difícil. Al contrario: es cotidiano y elemental, una práctica sencilla y posible que supone solo las ganas de conocerse a uno mismo y de atreverse a mirar lo que hay, sea lo que sea.

Se supone que una de las metas de la meditación es verte sin filtros. ¿Y si no te gusta lo que ves?

Bueno, es lo más normal y lo más interesante del asunto.

Claro, si te encantas a ti mismo, para qué meditar.

Claro. Los autocomplacientes son los más tontos.

Pero si te ves y no te gustas, ¿qué haces, tomas medidas?

No, porque estarías entrando ya en otra lógica diferente, pragmática. Si luego tú, en tu vida diaria, quieres tomar medidas para mejorar, pues tómalas, pero en la meditación propiamente dicha no debe uno ponerse propósitos.

A quien esté leyendo esto y piense algo así como “de qué me están hablando, a quién le importan estas cosas”, ¿qué le diría? ¿Tú te lo pierdes?

Todo esto que está saliendo aquí puede parecer una elucubración, pero es profundamente elemental. Lo espiritual es elemental. De lo que yo siempre quiero hablar es de mirar, de escuchar, de caminar, de comer, de dormir… La felicidad —o la plenitud, como decíamos antes— consiste en realizar de manera consciente todas estas actividades cotidianas. A lo mejor hay personas que no entran en el nivel reflexivo de este discurso, eso no tiene importancia. Lo mismo que no a todo el mundo le gusta todo tipo de cine o de literatura. Pero no hay que mirar tanto lo que uno dice como lo que uno es. Podemos decir muchas cosas y ser muy pocas.

Usted ha sostenido que en torno a un 80% de la labor intelectual que desarrollamos es prescindible y, peor, contraproducente.

Sí, lo creo firmemente.

¿Y qué le opone? O sea, ¿qué plantea frente al armazón intelectual?

El armazón intelectual lo que revela es miedo a la vida. Nos estamos equipando mentalmente para tener un mecanismo de defensa y no tener que abordar lo que la vida nos va presentando. Muchas veces el pensar impide el vivir. El pensamiento no es malo en sí, pero a veces, si es víctima de la ideología, desde luego que puede serlo. No es malo ser intelectual, lo malo es ser intelectualista, esto es, querer someterlo todo a la máquina de la razón. No todo entra por la vía racional, lo intuitivo y lo visceral también tienen su legitimidad.

El intelectual es el que quiere penetrar la realidad para comprenderla. El sabio es el que permite que la realidad entre en él. Es muy distinto. Uno tiene una actitud más activa y el otro más receptiva. La ciencia avanza gracias a que existe esa voluntad de entrar, así que no hay que demonizar esa actitud, solo hay que decir que no puede colonizarlo todo. Hay muchas dimensiones en el ser humano y todas tienen su legitimidad. Hay razones que la razón no puede entender, razones del corazón, del cuerpo… La sabiduría del cuerpo es una asignatura pendiente.

Y en esa oposición mente/vísceras, o pensar/mancharse, ¿cabe situar la vieja distinción entre el artista y el artesano, a menudo tan respetado uno y tan despreciado el otro?

Cualquier persona que se dedique al arte sabe que comporta una dimensión de artesanía enorme. Uno puede tener grandes ideas para escribir un libro, pero luego tiene que tener oficio para escribirlo. No todo es inspiración. A no ser que seas un genio como Mozart, donde parece que todo es inspiración, los creadores tenemos un poco de inspiración y un mucho de transpiración. El arte es un trabajo manual. Escribimos con las manos, pintamos con las manos… Escribir es un trabajo manual, no mental. Yo no tengo una idea y la escribo, sino que la escribo y me encuentro la idea.

Bueno, eso parece un enunciado de la escritura automática de los surrealistas, más que del oficio literario en general…

No solamente. Si solo escribes lo que piensas, al final tu foco de atención es la comunicación. Pero el arte no es simple comunicación, el arte es revelación. No solo cuentas algo a otros, sino que tú mismo lo descubres. Esto es lo que hace que el arte sea fascinante. Si crees que lo sabes todo, ¿para qué escribes? El peor de los vicios es la soberbia.

Hablando de la soberbia: ¿por qué el problema es siempre el otro?

Hay auténticos expertos en echar la pelota fuera y sacudirse el muerto. La actitud del sabio es la contraria: en lugar de apuntar con el dedo siempre al otro, el sabio se apunta siempre a sí mismo: ¿cómo puedo ayudar en esto? Sería mejor que las flechas nos las dirigiéramos siempre a nosotros. Así haríamos diana de vez en cuando.

Pues eso parece la antítesis de lo que sucede en la política, en la española desde luego. La culpa es del otro todo el rato.

Es normal. Cuando te apuntas a ti mismo apareces débil ante los demás. Cuando apuntas al otro, en cambio, apareces fuerte. Y la debilidad no tiene buena prensa.

Sin embargo, cuando un político dice que ha cometido errores, eso tiene eco en la gente. En el fondo, asumir errores es una buena operación de marketing político, ¿no cree?

Es que la debilidad ajena recuerda a la propia. Puede llegar a enternecernos que un político diga que ha cometido errores porque nos recuerda que también nosotros los cometemos.

¿No cree que ese perenne “la culpa es tuya” revitaliza cada día la figura del idiotes griego, de esa desafección por la cosa pública en beneficio del individualismo?

En el mundo en general crece el individualismo y se va perdiendo sensibilidad social. Lo público pierde continuamente terreno frente a lo privado. Mucha gente ha estado bien en este confinamiento porque ha estado metida en su agujero. Pero igual que está bien hacer la experiencia interior, también lo está salir a la plaza pública e intervenir. No puede ser que todo sea recibir, hay que dar. Sí, hay una exacerbación del individualismo, hasta el punto de que lo ético y lo solidario está bien empaquetado para que sea otro producto de consumo, pero no sé hasta qué punto auténticamente movilizador.

Ese auto convencimiento de “el problema es el otro” no solo lo viven los políticos. Lo vivimos todos en cierta medida. En ese sentido somos bastante hipócritas, ¿no?

No sé, yo puedo hablar solo de lo que vivo. Claro que los otros tienen sus problemas, desde luego. Pero Gandhi decía que nuestra contribución al progreso del mundo debe consistir en poner en orden nuestra propia casa. Lo que realmente me importa es qué hago yo conmigo mismo, ese es mi marco de acción, mi posibilidad de contribuir a que el mundo sea mejor.

(Entrevista a Pablo D'Ors)


14 junio 2025

Estamos obligados a generar recuerdos para sostener el gris de la vida

 

(Anna Pazos)

"..cuando se sentía lo bastante anónima como para hablar con extraños...cuando su única obligación era “generar los recuerdos del goce juvenil” que la sostendrán en el gris posterior de la vida."

“Parece que nacemos con una capacidad limitada de sorpresa y entusiasmo, y si la agotamos demasiado pronto tenemos que trampear el resto de años con una sensación apagada de repetición”

“Todavía no lo he aceptado, pero la fascinación y el deseo se han desvanecido y los he reemplazado por una imitación sutil y verosímil de la fascinación y el deseo”. 

“No me da miedo la oscuridad en las personas”, asegura. “Cuando estamos pasando una crisis nos vemos obligados a desnudarnos de los automatismos con los que pasamos por la vida. A mirar las cosas y ponerles nombre”.

"Por mucho que nos movamos somos lo que somos."

"..el nervio vital no muere nunca, solo se transforma. No hay menos intensidad en mi vida ahora, simplemente está distribuida de otra manera. No es tanto una tranquilidad por la ausencia de acontecimientos, es más una tranquilidad mental que no tenía en la juventud. Escribí el libro para entender desencantos pasados que ya no siento con la misma gravedad”.

(Entrevista de Didac Peyret a Anna Pazos, autora del libro "Matar el nervio")









19 mayo 2025

La nueva derecha populista y la Revolucion

(Slavoj Zizek)

“En mi vejez me estoy volviendo muy misántropo. Odio a la gente."

"En estos tiempos, le preocupa la deriva del mundo, alerta de que nos vayamos preparando para grandes emergencias y observa, paradojas de la historia, cómo las nuevas derechas populistas están usando un lenguaje pseudorrevolucionario mientras la izquierda parece haber tornado en guardiana de la ley y el orden. “Como señala Varoufakis, y ya está ocurriendo”, dice, “lo que Trump y los populistas están haciendo es, en la práctica, una revolución; no es una revolución socialista pero están cambiando radicalmente el capitalismo tal y como lo conocemos. La nueva derecha populista es la que está haciendo una revolución”.

"Mire nuestro mundo hoy en día. Tenemos al menos tres megaproblemas: la guerra nuclear, la crisis ecológica y la inteligencia artificial. Hablando de inteligencia: se han hecho estudios que miden periódicamente el cociente de inteligencia. Dejan claro, sin ambigüedades, que, desde 2010, la mayoría de la humanidad somos cada vez más estúpidos, literalmente. Nos apoyamos tanto en lo digital que, simplemente, pensamos y razonamos cada vez menos."

"¿Qué podemos hacer? Necesitamos de una cooperación global para afrontar esto, la catástrofe ecológica y el peligro de una nueva guerra nuclear. El comunismo para mí no es el viejo politburó estalinista. Necesitamos más formas obligatorias de cooperación. El apagón en
España demostró que precisamente porque estamos tan desarrollados e interconectados somos mucho más vulnerables. Ahora, un pequeño accidente, una relativamente pequeña catástrofe natural, lo paraliza todo. Para confrontar estos problemas necesitamos comunismo, entendido como mecanismos de coordinación, que no se pueden dejar a los mercados, que limiten la soberanía de los Estados."

Sí, pero esto ¿cómo se implementa?
"Soy pesimista. Vivimos en una era del desconocimiento. Hablamos de las catástrofes, pero no nos las tomamos en serio. Queremos gastar un poco más en ecología, blablablá, pero queremos seguir con nuestras vidas relativamente confortables. Aún no hemos sufrido una amenaza lo suficientemente fuerte."

¿Trump está haciendo lo adecuado por razones equivocadas? ¿Qué es lo que está haciendo bien?
Gobernar por decreto en una situación de emergencia. Estamos en estado de emergencia. La democracia, y aquí soy muy pesimista, está perdiendo su eficacia. Lo que estoy diciendo es muy problemático, pero vienen tiempos en los que necesitamos decisiones más rápidas y
eficaces. Se hizo durante la pandemia, y España lo hizo bien. Decisiones centralizadas pero conectadas con la sociedad civil y las organizaciones sociales. La pandemia fue un buen ejemplo de lo que nos espera, un estado de emergencia.

Entonces, ¿la democracia no es eficiente en situaciones de emergencia?
"Yo apoyo la democracia, no estoy loco, necesitamos una libertad de prensa genuina, el poder debe recibir auténtico feedback de lo que la gente piensa, y sé bien que esto no sucede en China. Pero ante una emergencia, la gente prefiere la eficiencia, la acepta. Debemos encontrar, dentro de la nación Estado, formas de cooperación que vayan más allá de la estructura partido en el Gobierno, oposición y demás. Con ese tipo de régimen, la atención se ve limitada por las siguientes elecciones. Lo que admiro de China es que, claro, no tiene democracia, pero sus líderes no piensan cómo van a sobrevivir los cuatro próximos años, sino en qué será de China a largo plazo. Creo que es una cuestión de supervivencia. En los próximos dos o tres años, puede que no pase nada grave. Pero mi axioma es que estamos acercándonos a estados de emergencia.

¿Cuál es la alternativa a la democracia y al capitalismo?
" Aquí le daré una respuesta que, de nuevo, es muy problemática para muchos. Aunque tengo desacuerdos con Yanis Varoufakis, coincido con él en que la izquierda estaba soñando con la decadencia del neoliberalismo y llegó Trump y fue más allá. Trump es el que ha abolido, más o menos, el neoliberalismo. La era que Nixon abrió en 1971 se acabó. Lo que la izquierda tiene que hacer es olvidarse de esta vieja y naif idea de que Trump es un error, que debemos volver al Estado de bienestar pretrumpiano, prepopulista, no. El modo en que este funcionó nos condujo al neoliberalismo. Y Trump paró, mejor que gran parte de la izquierda, la crisis del capitalismo liberal. Aceptando esto, la izquierda deberá inventar algo nuevo o será su final."

Y entonces, en su opinión, ¿qué es lo que debe hacer la izquierda?
"Sé que es problemático, pero la izquierda debe pensar, no diré en abolir el mercado o el capitalismo, pero sí en someterlo a un control colectivo más fuerte. Incluso si ello implica un Estado más fuerte, pero no me refiero al Estado nación. Yo creo en un control más global, primero paneuropeo, pero luego global. Ante las amenazas ecológicas, los desastres naturales y la inteligencia artificial, tiene que haber una cooperación global más fuerte.

Con todas esas amenazas que tenemos por delante, ¿es posible pensar en un mundo mejor?
" En esto soy pesimista. No quiero imaginar un mundo mejor. Tenemos que tener claro que los viejos buenos tiempos de la socialdemocracia liberal pasaron. Las reglas han cambiado.
No podemos hablar de un mundo mejor, sino de supervivencia colectiva, de continuar con algún tipo de vida normal, con libertades, en un estado de emergencia.

Cambiemos de tema. Las críticas contra lo woke arrecian tanto desde la derecha como en la propia izquierda. ¿Está contra el wokismo?
"Yo estoy contra la cultura de la cancelación. Entre la gente que practica la cultura de la cancelación se supone que el objetivo oficial es promover la diversidad, la inclusión. Pero lo que hacen en realidad es excluir a aquellos que no aceptan su definición de inclusión y 
demás. Si observas la cultura woke en detalle, es gente de clase media alta, apuntando a gente de clase baja."

En El sexo y el fracaso del absoluto (Paidós) abordaba usted el tema de las relaciones entre hombres y mujeres en tiempos en que se ha puesto en el centro el concepto del consentimiento. ¿Cómo se sitúa en el debate sobre el consentimiento?
"No me gusta que todo gire en torno al consentimiento. En la prostitución también puede haberlo. La verdadera violencia y explotación en las relaciones sexuales puede asumir la forma de algo consentido."

Y usted está en contra de la prostitución, claro.
"Por desgracia, sí. A pesar de que ahora lo liberal es decir por qué no, en esto soy, tal vez, muy naif. Creo que el sexo es algo íntimo."

¿Cómo describiría el punto en el que se encuentra en su vida?
"Estoy triste, estoy en pánico porque estoy haciéndome viejo. Soy un workaholic, yo no trabajo para vivir, vivo para trabajar. Tengo 76 años, necesito dormir mucho y estoy perdiendo facultades para trabajar. No me gusta. No creo que la edad aporte ninguna 
sabiduría."

¿No aporta sabiduría?
"¡No! ¡La sabiduría es lo que más odio! Hay un dicho muy vulgar en Eslovenia que dice: no puedes orinar contra el viento, ja, ja. La sabiduría es una absoluta estupidez conformista."

Permítame hacerle una última pregunta y siéntase libre de no responderla. ¿Piensa usted en la muerte?
"No. Yo quiero morir como mi amigo Fredric Jameson, de un ataque al corazón. Odio la idea de morir lentamente, pensando en cuál será mi legado, blablablá, quiero trabajar hasta mi muerte. Dormirme pensando que mañana será otro día y no despertar. No puedo imaginarme a mí mismo, sentado como un viejo idiota, sin trabajar. Incluso me quitaría la vida."

¿Se quitaría la vida?
"No quiero dolor. Yo no tengo miedo a la muerte, tengo miedo a morir lentamente y con dolor. Si me enterara de que mi esposa o uno de mis hijos muere, mi primera pregunta sería: ¿cómo fue? Si fuera un accidente, instantáneo, diría: ah, pues vale. Y seguiría trabajando en mi ordenador. Si fuera una muerte lenta y con dolor, no podría soportarlo, probablemente me quitaría yo también la vida."

07 mayo 2025

El anarquismo y el sexo

(Cristina Morales)

Los anarquistas han echado a tu ligue para protegerte del
deseo sexual, prima. Los anarquistas han echado a tu ligue porque piensan que la iniciativa sexual ha sido enteramente de él. Que tú, por tanto, has sido seducida. Presumen que tú estás en una situación de debilidad ante el macho, que se aprovecha de ti, de que eres nueva, de que eres poco punki, de que no sabes decir que no como sistemáticamente dicen que no las feministas del ateneo. ¿De qué están empapeladas sus fiestas? De carteles que dicen NO ES NO. ¿Qué grafitearon los de Can Vies en la última fiesta que hicieron en la Plaza Málaga? NO ME MIRES, NO TE ME ACERQUES, NO ME TOQUES. ¡Coño! ¡Y en letras de medio metro cada una! ¡Si por lo menos hubiera un grafiti lo mismo de grande al lado que dijera SÍ ES SÍ…! Pero ni eso, con lo que un indiscriminado voto de castidad presidía la fiesta entera. Los anarquistas quieren protegerte porque no entienden que tú, mujer, quieras que te miren, que se te acerquen y que te toquen, y que eso te lo pueda hacer un casi completo desconocido. Estos okupas criminalizan la pulsión sexual del mismo modo que el código penal los criminaliza a ellos por vivir sin pagar el alquiler. Criminalizan la pulsión sexual desde el punto y hora en que entienden que cualquiera que te mire, que se te acerque o que te toque, quiere abusar de ti. Nos animan a nosotras, mujeres, a decir que no. Quieren enseñarnos a nosotras, mujeres, a emborracharnos y a hacer pogos y a fumar porros y a encapucharnos, como siempre han hecho los varones. Sin embargo, no quieren enseñarnos otra cosa que también han hecho siempre los varones: expresar el deseo sexual y culminarlo.

—Para estos anarquistas tuyos, la pulsión sexual es peligrosa. Estoy de acuerdo con ellos: follar es peligroso. Follar es un acto de voluntad, un acto político, un lugar de debilidad donde caben desde el ridículo hasta la muerte, pasando por el trance, el éxtasis y la anulación. Pero los anarquistas no quieren asumir ese riesgo. Asumen otros, muchos y variados, pero ese no. ¿Por qué no asumen el riesgo del follar los anarquistas de hoy, a pesar de que sí lo asumieron los anarquistas de hace cien años? —Esta pregunta era retórica pero Marga, de nuevo, se la tomó como a ella dirigida, señal inequívoca de que me estaba escuchando. No sabía la respuesta y se encogió de hombros—. Este cambio de mentalidad merece ser estudiado con detenimiento. ¿No consideran los anarquistas de hoy la emancipación del deseo sexual parte de su lucha por la emancipación de todas las opresiones? —Marga volvió a encogerse de hombros, yo misma respondí—: Parece que no. Esa lucha, ¿les da miedo? —De nuevo alzó y descargó Marga los hombros en un gesto de niña a la que le toman la lección sin haber estudiado y sin saberse ninguna respuesta. Volví yo a responder—: Parece que sí. ¿Les da miedo follar? Por ahí van los tiros, por ahí van las pelotas de goma de los antidisturbios sexuales. Han entendido liberación sexual como mera y simple asunción y visibilización de la personalidad no heteronormativa de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. Han acuñado el bello concepto de «disidencia sexual» para referirse a lo más superficial del sexo: a la identidad y a las pintas, a precisamente todo aquello que follando debería disolverse. Disidente sexual es una mujer que se deja bigote. Disidente sexual es un tío que empieza a hablar de sí mismo en femenino. Disidente sexual es el que toma estrógenos o la que toma testosterona. Vale que todos ellos son disidentes sexuales del heteropatriarcado. Sin embargo, ¿es disidente sexual una tía supermaquillada y vestida como Beyoncé, una tía incluso con tetas de silicona y una liposucción practicada, que quiere que la miren y que se le acerquen y que la toquen porque esa mujer, simple y llanamente, tiene ganas de follar, no de conseguir dinero, no de conseguir un favor laboral, no de darle celos a otra persona, sino que quiere follar porque para ella lo mejor del mundo es follar porque no idealiza ni categoriza ni clasifica el acto sexual y los cuerpos que sexualmente actúan, sino que concibe el follar como algo más alejado de lo simbólico y más próximo a la fornicación, es decir, a la tarea de poner todas nuestras potencias al servicio del placer? —No era espiral del silencio ni era niña poco aplicada. Íbamos sentadas una junto a la otra y a veces Marga giraba no solo la cabeza, sino que dirigía hacia mí el tronco en su natural posición de adelantamiento, de Sherlock Holmes o de Pantera Rosa que sigue un rastro de huellas en mi regazo, de modo que su oreja quedaba a la altura de mi boca y yo olía su pelo de días sin lavar—.
Esa mujer no es una disidente sexual para tu grupo anarquista. Esa mujer lo que está es tarada. Esa mujer se está metiendo en líos. Esa mujer está provocando, está poniéndoselo fácil a los violadores, o como poco a los machos fachos o a los machos sensibles, que vienen a ser lo mismo, y está poniendo en peligro los pilares del feminismo negador, el feminismo de la negación, el castrador feminismo en el que la mujer vuelve a desempeñar, paradojas de la vida, el rol de sumisa, pues dota al que se le acerca con intenciones sexuales de un poderío fálico ante el que solo cabe no ya atacar, lo que constituiría una digna actitud luchadora, sino defenderse. La feminista castradora se presume a sí misma objeto de dominación por parte de quien quiere follársela, al que presume en todo caso sujeto dominador. Como buena sumisa, en esa sádica relación que, lejos de combatir, asienta y en la cual se acomoda, la feminista autocastrada halla placer en la negativa que su sádico le inflige. Piensa la feminista de la negación que es ella quien niega el falo, pero se engaña: ella lo que quiere es que el falo la niegue a ella. Ella lo que quiere es revertir los clásicos roles de la calientapollas y el pagafantas. Ya no quiere ser más la seductora que no concede ni un beso después de que el tío la haya invitado a las copas. En vez de dinamitar esos roles de mierda, esa relación donde no hay ni carne ni verdad sino solo retórica y seducción, la autocastrada quiere adoptar el rol del pagafantas y que el otro sea su calientacoños, su negador de la carne, al que ella indefectiblemente se somete porque le gusta carecer de iniciativa sexual, que es una cosa muy pesada porque acarrea mucha creatividad, mucha 
Así, negando, se evitan las consecuencias inesperadas que pueden derivarse del follar no premeditado, siendo la falta de premeditación lo que distingue, qué duda cabe, al buen follar del mal follar. Siendo además esa falta de premeditación lo que nos aleja de los fetichismos y nos acerca a la verdadera cópula desenfrenada, desenfrenada no como sinónimo de veloz sino de ilimitada, de incondicional y de carente de formalismos. 
Pero este feminismo negador pontifica con que decir no al follar es liberador porque entiende el acto sexual como una histórica herramienta de dominación del hombre hacia la mujer. Mujer: cuanto menos tiempo y energía dediques al sexo, bárbara tarea, más tiempo tendrás para ti misma, para cultivarte y hasta para hacer la revolución. Mujer que no folla es mujer independiente y liberada. ¿No suena esto exactamente a lo que suena: a la mística del celibato? ¡Se llaman a sí mismas anarquistas y andan legislando sobre los coños! Irónicamente, defienden el follar malo, el follar premeditado, el follar, en fin, burgués. Halla placer el feminismo castrador en la elección consciente y calculada de pareja sexual como placer halla el consumidor en la elección de una mayonesa u otra en el supermercado, porque entienden estos feministas que follar es cuestión de gustos. ¡Nada menos que de gusto personal!

01 mayo 2025

Musil y la Estupidez


(Robert Musil)

Se considera que, para hablar de la estupidez, hay que ser inteligente; se considera que hacer gala de inteligencia es un signo de estupidez; se considera, pues, más prudente no mostrarse inteligente, o sea, mostrarse estúpido. 

Esta prudencia, evidentemente pesimista, le recuerda a Musil aquella otra, más desastrosa, del más débil que, siendo el más sabio, evita mostrar su sabiduría: ¡ésta podría amenazar la vida del más fuerte!

 Pero escribe Musil: «El que está en el poder se irrita menos cuando los débiles no pueden que cuando no quieren». Por lo tanto, ser estúpido para no mostrarse inteligente, actitud que se considera estúpida, acaba por reducir al hombre a la «desesperación, o sea, a un estado de debilidad».

30 abril 2025

Cristina Morales y la Alienación (repeticion)

(Cristina Morales)

La alienación puede ser dos cosas: la originaria del abuelo Marx y la adaptada a la opresión de cada una, basada en aquella. El yayo Karl decía que alienación es la desposesión del obrero con respecto a su manufactura. Yo digo que alienación es la identificación de nuestros deseos e intereses con los deseos e intereses del poder. La clave, sin embargo, no está en dicha identificación, que se da constantemente en democracia: creemos que votar nos beneficia y vamos a votar. Creemos que los beneficios de la empresa nos benefician y trabajamos eficientemente. Creemos que reciclar nos beneficia y tenemos cuatro bolsas de basura distintas en nuestros pisos de treinta metros cuadrados. Creemos que el pacifismo es la respuesta a la violencia y recorremos diez kilómetros haciendo una batucada. La clave, digo, no está en la ridícula vida cívica sino en su constatación, en darse cuenta de que una está haciendo lo que le mandan desde que se levanta hasta que se acuesta y hasta acostada obedece, porque una duerme siete u ocho horas entre semana y diez o doce los fines de semana, y duerme del tirón, sin permitirse vigilias, y duerme de noche, sin permitirse siestas, y no dormir las horas mandadas se considera una tara: insomnio, narcolepsia, vagancia, depresión, estrés. Ante la omnipresente alegría cívica pueden pasar tres cosas. Uno, que no te des cuenta de lo obediente que eres, de modo que nunca te sentirás alienada. Serás una ciudadana con tus opciones electorales y sexuales. O sea: seguirás estudiando danza clásica de tercero porque es tu obligación, que para eso te han dado una beca. Seguirás manifestándote al grito de No más sangre por petróleo, de Salvemos la Sanidad, de In-Inde-Independencia, que para eso vives en democracia y tienes libertad de expresión. Segunda posibilidad: te das cuenta de lo obediente que eres pero te da igual. No te sientes alienada porque justificas la obediencia debida. Haces tuya la frase de que vivimos en el menos malo de los sistemas y de que los partidos políticos son males menores. Eres una defensora de lo público. Sigues estudiando danza clásica porque no te queda más remedio, porque mejor eso que estar poniendo copas y porque aspiras a un puesto de trabajo decente. Sigues manifestándote al grito de Los de la acera a la carretera, de Salvemos la Educación, de A-Anti-Anticapitalistas porque crees que hay que tomar las calles, que consideras tuyas. Tercera posibilidad: te das cuenta de lo obediente que eres y no lo soportas. Entonces sí que estás alienada. ¡Enhorabuena! No soportas hacer cola para pagar. ¡Hacer uno cola para pagar en vez de ellos hacer cola para cobrarte es el colmo de la alienación! No soportas los domingos de elecciones. El electorado sale bien vestido y afeitado, se encuentra con el vecino y comenta lo que vota y por qué, mira con curiosidad todas las papeletas, se permite un mínimo margen de duda acerca de su elección pero siempre prevalece la que trae tomada de casa. Llevan a los niños, los niños juegan con otros niños, corretean, son subidos por sus padres a la altura de la urna para que ellos depositen el voto, o, si ya son mayorcitos, lo depositan sin ayuda. Hay hasta quien coge una papeleta de cada partido y se la guarda porque las colecciona. Luego salen y se echan una caña, en una terraza si hace buen tiempo. ¡La fiesta de la democracia! ¡Gane quien gane, la democracia siempre gana! En las últimas europeas fui al colegio a reafirmarme en mi repugnancia y todo el mundo me miraba las tetas. Iba sin sujetador y con una camiseta ceñida. A los ciudadanos y a las ciudadanas, a los alegres cívicos y cívicas, les salían gusanos por la boca mientras animada y domingueramente hablaban y desviaban la atención de su interlocutor a mis pezones, de la mesa de las papeletas a mis pezones, y me parecieron pacatos y pacatas sostenedores y sostenedoras de la prostitución, aun sin haber ido ellos nunca de putas (pero sí haberse follado muchas veces a sus novias y mujeres cuando abiertamente ellas no tenían ningunas ganas) ni haber ellas nunca cobrado explícitamente por follar (pero sí haber follado muchas veces con sus novios y maridos sin ganas, impelidas por el contrato de sexoamor que los une). Ellos, prostituyentes. Ellas, servidoras de la cena del prostituyente cuando vuelve a casa. La prostituta no era yo ni la representaba, pues toda mi insinuación fue existir. Iba callada, no increpé a nadie, salí tan pronto sentí que las compuertas empezaban a activárseme. La prostituta, esto es, el ser sobre quien ejercer dominio, estaba ausente. No era necesaria puta alguna en el colegio electoral porque la tarea política del votante, en tanto que mística, en tanto que simbólica, no necesita objeto al que dominar. A diferencia de la tarea política del tirano o del violador, que necesita de la inmanencia de su objeto y de la experiencia del dominio, al votante le basta con la ilusión de la posesión, del tener en un sobrecito con su papeletita el destinito de algo. La fiesta de la democracia es una misa en donde el festín se reduce a una oblea consagrada por cabeza. Como no podía ser de otro modo, los votantes se quedaban con hambre de dominio y por eso se zampaban mis erectos pezones con la mirada. Con la mirada y, por supuesto, con nada más. No follo ni con españoles ni con nadie que haya votado en las últimas elecciones, sean locales, autonómicas, nacionales o europeas, o elecciones sindicales o elecciones primarias para elegir al líder de un partido, o en referéndums por la independencia, por la firma de un tratado de paz, por la extensión del mandato presidencial, por la reforma de la Constitución, por la cancelación del rescate europeo o por la salida de la Unión Europea, imbéciles ciudadanos todos.