En momentos en que hay que adoptar una decisión de adulto,
muchas veces yo me refugió en un estado de espera, pueril, realmente infantil,
como si la solución fuera venir de otro lado, como si yo tuviera un padre
todopoderoso que me va sacar las castañas del fuego.
Nunca he sentido que eso fuera un factor negativo porque la
contrapartida es esa gran porosidad, la capacidad de captación que tiene el niño y que al adulto, por razones obvias, se
le va escapando.
Finalmente, ¿que es madurar?. Es una operación selectiva de
la inteligencia que va optando cada vez más por cosas consideradas como
importantes, dejando de lado otras. Para el adulto deja de ser importante jugar
a la rayuela y pasa a ser importante pagar el alquiler. El niño, como a lo
mejor ni sabe lo que es el alquiler, juega a la rayuela como algo muy
importante.
Recuerdo muy bien cuando era niño el sentimiento de
escándalo que me producían cuando llegaban los grandes y decían: “bueno, bueno
se acabó el juego, hay que ir a comer y acostarse”. Me parecía una especie de atentado, de irrupción: no
habíamos terminado de jugar el partido de fútbol y nos salían con esas cosas.
No pensaban un solo minuto que nuestra dimensión de niños era tan importante como la de ellos. Y ese
sentimiento me ha quedado.
¿Vos crees que si yo no hubiera
conservado esa porosidad que tiene el niño sería el escritor que vos conocés? Esto
nos lleva a una tentativa de definición de lo lúdico no como una visión trivial
sino como una actividad profundamente seria. El juego como algo que tiene su
importancia en sí, un sistema de valores que puede dar una gran plenitud a
quien lo está practicando.
En ese sentido la literatura siempre fue un ejercicio lúdico para mí. No creo
haber cambiado de actitud entre aquel niño que construía un mecano y se pasaba
horas inventando una nueva grúa y el hecho de inventar un “modelo para armar”
en la escritura. Hay una equivalencia en la que los años no han mordido. No me
han cambiado en ese plano.
La literatura como juego me parece el más serio de todos.
(Ernesto González Bermejo: Conversaciones con Cortazar)
1 comentario:
¡Siempre niños!
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