26 octubre 2025

La muerte y el Enterrador

(El jardin de la muerte) (Hugo Simberg)

Mi padre trabajaba de enterrador y asi lo llamaban, como si la cotidianeidad con los muertos le dotara de una humanidad especial y diferenteAños mas tarde, en esa busqueda juvenil, ingenua y vana,  de intentar ocultar lo innombrable yo lo definia como un albañil de huesos, un pacificador de cuerpos. 

Desde muy pequeño lo acompañaba en sus tareas en el cementerio. Las frecuentes visitas me enseñaron, sin saber como ni darme cuenta, las diferentes luces del dia, como iban cambiando las sombras, el calor apacible que me adormecia, las hierbas que crecian entre grietas y sobre todo me enseñaron a leer en las lapidas.

Veia las fotos, calculaba la edad al morir, alli aprendi que los niños tambien mueren, los nombres, algunos antiguos,  de otra epoca, Silvestre, Arsenio, Acacio........ otros sin haberles dado tiempo a desarrollar su modernidad....

Imaginaba las historias, si habian muerto jovenes o muy ancianos, la familia que los lloraba......La vida resumida en una plancha de marmol.

Me gustaba mucho la quietud, la intemporalidad, la eternidad de las lapidas, tenia todo el tiempo del mundo en el camposanto. Nada cambiaba apenas, los muertos seguian en su sitio por toda la eternidad, ninguno me abandonaba, ni me cansaba, solo me relacionaba superficialmente con ellos, con sus nombres, con su historia.

Empece a interesarme por algunos: Maria,  muerta a los diez y siete años, tus padres que te añoran. De que habia muerto? Algun accidente?. Una enfermedad maldita: Tuberculosis ?. De pequeño solo imaginaba que sentirian mis padres si yo desapareciera y me invadia el regusto de su dolor, de lo mucho que me querian....... Imaginaba morir para oir lo que decian de mi tras la muerte, lo que me añoraban, lo que me querian, que ahora en persona, por pudor, nunca me decian. No casaba bien la ternura con un padre enterrador que se protegia con un barniz de dureza de los azares de la vida. 

Hasta ahora habia hablado ininterrumpidamente, sin grandes signos de emoción. Su voz me habia atrapado como un si fuera un lenguaje desconocido pero que, sin saber porque, entendia perfectamente. La voz cedio a la emocion, la narrativa acabo, el mundo volvia a estar en manos de la muerte. 

La muerte no tiene prisa. 

22 octubre 2025

La luz roja y el colapso



Una inquietante luz roja que entra por las ventanas desde el interior de las casas es una constante en muchas de sus obras. ¿Qué hay dentro de esas habitaciones?

La luz roja pretende atraer al espectador, es una invitación, pero no necesariamente una bienvenida. Hay algo en ella que no parece natural, como una advertencia que no puedes descifrar. En Harrowden, cuanto más te acercas a la ciudad, más intenso se vuelve ese inquietante resplandor rojo en algunos lugares, casi como si la propia ciudad ejerciera una atracción tóxica sobre los que se acercan demasiado. Utilizo el rojo con más intensidad en el corazón de Harrowden, sugiriendo que la fuerza que persiste se hace más fuerte cuanto más te acercas, mientras que a medida que te alejas se utiliza menos el rojo.

Se supone que es una presencia magnética, algo invisible pero que se siente profundamente. Tal vez una energía antinatural, una enfermedad industrial o la contaminación que se extiende desde Harrowden. ¿Qué hay dentro de esas habitaciones? Eso debe decidirlo el espectador. Hasta ahora todavía no he hecho muchas escenas en el interior para el proyecto.

El tema de este número es el caos y la destrucción. Me gustaría preguntarle por su perspectiva sobre el mundo actual y su futuro, dada la actual situación social en la que vivimos hoy a todos los niveles.

El mundo parece estar hoy al borde del colapso. La máquina se está rompiendo, pero en lugar de dejarla caer, los que están en el poder la están remendando con métodos cada vez más brutales —vigilancia, control, escasez fabricada—, cualquier cosa para mantener las cosas en marcha durante más tiempo.

¿Tenía razón Orwell?

Sí, Orwell tenía razón: sobre la vigilancia, sobre el control, sobre la forma en que el poder se mantiene a sí mismo a través del miedo y la manipulación. Vivimos en un mundo en el que la verdad se modifica constantemente, en el que la tecnología no solo nos vigila, sino que predice, empuja, impone. Los mecanismos de control se han vuelto más insidiosos, más automatizados, pero el resultado es el mismo: obediencia, división y un sistema que se alimenta de sí mismo.

Dicho esto, mi trabajo reciente se inclina más hacia algo dickensiano, no de un modo nostálgico, sino en el sentido de un mundo definido por la lucha de clases, por el peso de la industria, por personas que intentan sobrevivir en un sistema diseñado para machacarlas. Harrowden no es solo un lugar de control y vigilancia; es un lugar de trabajo, suciedad y fantasmas, donde el pasado no solo se recuerda, sino que sigue vivo, dándole forma a todo.

Orwell nos advirtió sobre la bota estampada en un rostro humano para siempre, pero Dickens nos mostró las calles cubiertas de hollín, las prisiones de deudores, la implacable maquinaria de la industria. Ambos son relevantes. La cuestión es si escapamos a esos ciclos o si estamos condenados a repetirlos en formas nuevas y más brillantes.

(Hari Ren)


21 octubre 2025

Las zapatillas y el arrastrar

(Alejandra Pizarnik)

Charlie Parker deja fluir con velocidad que no permite una percepción comoda,  notas y notas, enlazadas, disonantes, melodicas. Se puede improvisar melodicamente, ritmicamente o armonicamente. 

La fiesta de despedida, una perfomance, un acto en el que la gestion de la realidad no es estetica, la obra de arte debe ser bella?. La acción humana debe ser coherente?. El silencio debe predominar?. El discurso debe ser racional?. 

Quizas solo exista una coherencia de neurotransmisores, hormonal, oxitocina a barullo, no importa la imagen solo las secreciones. Las secreciones no tienen tiempo ni edad.

Las zapatillas como simbolo de deterioro, de arrastrar, de no levantar los pies, ni el animo, ni otras cosas, con el objetivo de esfinterear, de vaciar, de contraer y relajar. 

Hay que parar el tiempo, acodarse en tus labios ondulados, mirar por la ventana de los ojos el mar de los tuyos y tu sonrisa, a veces tan escasa, y sobre todo explorar las dunas de tu cuerpo, campos de extraccion de oxitocina, de temblor nervioso, tan fragil e inestable pero siempre tan buscado......  


Ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida

(Alejandra Pizarnik)

(Evaristo Cienpozuelos)

20 octubre 2025

Bela Tarr y el hecho de no poder cambiar tu vida


“Quería mostrar a alguien que se siente solo en su torre de vigilancia, que tiene mucha monotonía en su vida, que encuentra un dinero e imagina que su vida será diferente. Quiere vivir otra vida, pero al final no lo consigue. Cuando te estás rebelando, tienes que asumir el hecho que no puedes cambiar tu vida” 

“no hay razón para hablar de vidas fáciles cuando la gente está muriendo sin motivo, cuando los niños pasan hambre... Algunas vidas son duras, algunas son sencillas. Depende de tu situación social, de tus posibilidades. Pero veo que la vida de la mayoría es horrible en todos los lugares del mundo. El 1% de la población es propietario de todo. Odio este tipo de situaciones sociales, evidentemente injustas”.

“No me gustan las instituciones que te quieren educar, las instituciones donde viene un profesor que, aunque quiera hacer su trabajo lo mejor posible, te está diciendo cómo cree que debes hacer las cosas. Y después consigues una buena nota en el examen si repites lo que te ha dicho”, declara. Le parece más interesante estimular la imaginación: “No hay normas. Liberación, en lugar de educación. A partir de aquí, veremos, es cosa suya. Yo puedo ayudarlos, provocarlos, empujarles a ser más radicales que yo, más estrictos…”.

“Entonces pensaba que todos los problemas eran sociales, que todo se arreglaría si se solucionasen esos problemas sociales. Tuve que afrontar que los problemas son ontológicos, y llegue al punto de entender que los problemas son cósmicos, que no hay salida”.

“Decidle a la industria audiovisual que se joda, porque matará vuestra imaginación, vuestra libertad. Os querrán domesticar como a una mascota que es parte del sistema. Así que debéis estar fuera del sistema. Y podréis ser más revolucionarios que yo. Debéis hacerlo, porque, si no es así, lo sentiré por vosotros”, concluye. Y Tarr continúa terminándose su cerveza, parsimoniosamente.

16 octubre 2025

Las paginas felices y el precio de la libertad



«Me ha ocurrido en esta vida lo más triste que podía ocurrirme: de poeta que era me he convertido en autor. Creo que de un modo u otro fui un auténtico poeta alguna vez, en mi adolescencia, cuando todavía no había publicado nada, y ni siquiera escrito nada, a excepción de un diario íntimo. Ese es mi estado ideal, perdido para siempre, en el que sueño continuamente: me gustaría volver a él, que desapareciera para siempre el recuerdo de los, ¡ay!, diez libros escritos en los veinte años transcurridos desde que empecé a escribir. Me gustaría tener el valor de volver a convertirme en nadie, pero este valor no se le concede a todo el mundo."

»¿Qué vais a encontrar en esos diez libros? Si tenéis paciencia suficiente para hojearlos, algunas páginas buenas. Pero no las que ha jaleado la crítica. Porque esas páginas felices se encuentran, como suele ocurrir, inmersas en montones de literatura. Y cuanto mejor es la literatura, tanto menor es la probabilidad de encontrar páginas logradas desde el punto de vista artístico: páginas verdaderas. Son lo más precioso de los libros, porque no son experimentos, sino experiencias, y no son éxitos del autor, sino regalos que se le hacen al autor. Por eso el orgullo de escritor es algo tan estúpido. Son esas pocas páginas las que deberían merecer un mayor reconocimiento."

»No vivo como un escritor y no me siento un escritor. Me siento tan sólo un hombre muy libre y, como el precio de la libertad es el más alto, muy triste. Trato de seguir viviendo. No sé si alguna vez volveré a escribir algo ni me preocupa saberlo. No me gustaría quedar internado en el asilo de la historia de la literatura».



(Mircea Cartarescu) (Prologo del libro Por que nos gustan las mujeres)

29 septiembre 2025

Nunca somos lo que creemos que somos, sino lo que los demás entienden que somos.

(George Orwell)



 El vagabundeo pone a George] Orwell en condiciones de mirarlo todo –a otros seres humanos y a la sociedad en general, sus jerarquías, sus valores, sus rituales, sus tabúes– con ojos nuevos. Como había vivido en Asia varios años y cruzado muchas fronteras culturales, ya tenía una concepción de la sociedad relativamente amplia. Sus experiencias de vagabundo, sin embargo, le dieron acceso a estratos y grupos sociales a los que no habría llegado de otro modo. Y gracias a eso obtuvo un gran conocimiento. La idea, por ejemplo, de que las distinciones sociales carecen de solidez. Entiende que, entre los vagabundos, en última instancia, al margen de cuál sea su riqueza, las personas son básicamente iguales. La idea de que hay “una diferencia misteriosa y fundamental entre pobres y ricos” es una afirmación coja, una “superstición”. Orwell descubre que en la realidad “no hay tal diferencia”. Las distinciones sociales, aunque parecen insalvables, son una ilusión óptica. Lo que produce esta ilusión puede ser la cosa más sencilla del mundo. La ropa, por ejemplo.


Atravesando líneas divisorias y grados de pobreza, Orwell aprende la importancia vital de la apariencia. 
Como miembro de la clase alta británica debió de tomar la ropa, ante todo, por señal exterior de pertenencia a una clase u otra. Por una mera convención social. Ahora lo entiende de otro modo. Ha aprendido lo que los buenos actores y los espías han sabido siempre: que el hábito hace al monje. Somos nuestro disfraz. Los demás casi siempre ven la máscara, nunca la persona; en efecto, la persona es la máscara (persona en latín). Cuando se pone la ropa de vagabundo, la primera reacción de Orwell es aferrarse a su antiguo yo. “Vestido como iba, medio temía que la policía me detuviese por vagabundo y no me atrevía a hablar con nadie, pues imaginaba que se advertiría la discrepancia entre mi acento y mis ropas”.

Esta suposición solo revela que Orwell estaba aún poco adiestrado en las costumbres del mundo: en su ingenuidad, suponía que era diferente de lo que su indumentaria daba a entender. En otras palabras, que tenía una personalidad más profunda y esencial y que, al hablar con él, la gente repararía en esa personalidad y por lo tanto detectaría al auténtico Eric Blair oculto tras el sujeto de aspecto indigente. “Más tarde me di cuenta de que eso no ocurría nunca”, escribe. En sociedad nunca somos lo que creemos que somos, sino lo que los demás entienden que somos. Un hombre de posibles con ropas de vagabundo es un vagabundo. Si nos ponemos ropa de vagabundo, somos vagabundos, de todas todas. “Las ropas son poderosas”, concluye Orwell. “Vestidos de vagabundo es muy difícil [...] no sentir que estamos realmente degradados”.

Una vez que ha recibido el bautismo de vagabundo puede empezar en serio su exploración sociológico-literaria. Los descubrimientos que hace no dejan de sorprenderlo; ahora se le revela toda una dimensión nueva de su existencia social. “Mi nueva indumentaria me introdujo al instante en un mundo nuevo. La conducta de todos pareció cambiar de repente”, advierte. “Ayudé a un vendedor a levantar una carretilla con la que tenía problemas. “Gracias, colega”, dijo con una sonrisa. Nadie me había llamado colega en toda mi vida: fue por la ropa”. Siempre la ropa. El vendedor no hablaba con Orwell, sino con la ropa que llevaba.

No todos sus descubrimientos fueron tan simpáticos. Orwell se da cuenta, no sin un sobresalto, “de que la actitud de las mujeres varía según la indumentaria del hombre. Cuando un hombre mal vestido se cruza con ellas, estas se apartan de él con un sincero movimiento de asco, como si fuera un gato muerto”. No debería haberse sorprendido: era en efecto un gato muerto.

La imagen del perdedor es tan repulsiva como la de un cadáver maloliente. El asco es tan imperioso que puede socavar incluso los modales más refinados. Pues esa imagen nos obliga de súbito, contra nuestras mejores intenciones, a ver a través de toda la mascarada y a enfrentarnos al silencio mortal que acecha tras el ruido agradable que por lo general hay en nuestras interacciones sociales. La imagen del perdedor es inquietante porque nos recuerda lo peor que puede ocurrirnos: la degradación, la decadencia, la indigencia. Sabemos de manera instintiva, si no consciente, que estas cosas siempre son posibles porque el orden social siempre es precario. El abismo puede atraparnos en cualquier momento desde el otro lado. Los perdedores deben existir, desde luego, necesitamos que estén ahí, pero no demasiado cerca para sentirnos cómodos.

(Costica Bradatan) (Drăgoiești, Rumanía, 1971) es filósofo. Este texto es un adelanto editorial de su libro Elogio del fracaso, de la editorial Anagrama, que se publica este 21 de mayo. La traducción es de Antonio-Prometeo Moya. 

28 septiembre 2025

Al bajar del escenario soy una pobre mujer, sola, triste y perdida.

 

(Angelica Liddell)

P: En ‘Del inconveniente de haber nacido’, Cioran dice: “No corremos hacia la muerte; huimos de la catástrofe del nacimiento. Nos debatimos como sobrevivientes que tratan de olvidarla. El miedo a la muerte no es sino la proyección hacia el futuro de otro miedo que se remonta a nuestro primer momento”. ¿Es su caso?

La muerte no es la tragedia, la tragedia es el nacimiento. El miedo es preexistente al hombre. Reconocemos el sentimiento del miedo automáticamente. Eso significa que primero fue el miedo, y después fue el hombre. Tal vez Dios es solamente una gran cantidad de miedo. Por otra parte palpita la gran paradoja del suicidio, tener ganas de morir, sentir ese hastío y ese espanto no significa que desaparezca el miedo a morir.

P: El año pasado nos sirvió su funeral y ahora el de Bergman. ¿Qué le une a él?

Bergman me ha salvado la vida numerosas veces con su pornografía del alma, me ha permitido identificar la podredumbre humana, la vergüenza, la culpa y el horror que nos fundan. Bergman para mi es como una Biblia, recurro a él constantemente. Cuando me bloqueo artísticamente veo el principio de Persona. ¿Qué se puede decir de la Biblia Bergman? Es una de las personalidades más importantes de todos los tiempos, ha definido lo humano con una crueldad y una belleza imbatibles. Pero lo que más me une a Bergman es la ausencia de distancia entre vida y obra. Ambos ponemos a trabajar a nuestros demonios tirando del carro de combate.

P: ¿Qué le ha dado el teatro en su vida?

No es exactamente el teatro lo importante sino el trabajo. Tener la capacidad y la fortuna de trabajar desde la mañana a la noche. El trabajo me ha dado el grado de extenuación necesaria para no morir. Trabajo para no morir. El cuerpo son todas las cosas que hacemos para no morir. Trabajo, luego no muero. Ese es el silogismo. No sé vivir sin trabajar. El descanso me estresa. No sé cómo descansar. Por ejemplo, leer es trabajar, pasear es trabajar, ver películas es trabajar, todo acaba en la carnicería del trabajo, todo está confiado a la escritura, a la poesía, al trabajo, en suma, al fuego.

P: Existen una Angélica Liddell diferente a la que sube al escenario y nos relata parte de su vida?¿Vive para hacer teatro?

Es imposible que haya dos Angélicas. Mi cuerpo y mi mente no se pueden desdoblar. El escenario te obliga a una transfiguración, lógicamente, el perímetro ritual y la presencia del público me transforman en objeto estético, mi cuerpo y mi espíritu participan de una creación, de un proceso de trabajo que concluye en el rito, el fuego interior cobra forma estéticamente, y los demonios salen convertidos en llamas a través de la herida. Cuando me bajo del escenario soy una pobre mujer, sola, triste y perdida, que no quiere ver a nadie, que se compra un par de Donuts en la gasolinera de la esquina y se va a casa a ver películas de terror para espantar de nuevo a los demonios. Pero soy la misma persona.

P: En el 2014 dijo que no volvería a España. ¿Se ha reconciliado con ella?

En absoluto, va a peor. Voy con ­DÄMON a Madrid por obligaciones contraídas con la red europea de Próspero. Nada más. El desprecio de las instituciones, la falta de atención, la falta de verdadero apoyo, y sobre todo la falta de respeto, la infinita falta de respeto de personas que ni siquiera contestan al teléfono. A mis sesenta años no tengo sede en mi país, no tengo residencia donde trabajar, nos tratan con un desprecio y una ruindad bárbaras. No nos tragan, y yo tampoco los trago a ellos. España es una enfermedad mental, como decía Panero. Es esa “España para los españoles” que me repugna, solo hay que ver la foto de los nuevos íncubos que dirigen las estructuras. Si no cambian las cosas, voy a tardar mucho tiempo en volver a Madrid, porque entre los unos y los otros, entre “la familia unida jamás será vencida” y los “resident evils remake”, Madrid apesta.

(Entrevista a Angelica Liddell)