27 diciembre 2010

Cioran


Soy escritor, aunque nunca lo viví como un trabajo. Todo lo que escribí es resultado de la casualidad. Cuando llegue a Paris, inmediatamente comprendí que el interés de la ciudad era la posibilidad que me ofrecía de vivir rodeado de gente ociosa. Yo mismo soy un ejemplo de ocioso: nunca he trabajado en mi vida, nunca tuve un oficio. En su propio país, uno tiene el deber de hacer algo, pero eso no es necesario cuando se vive en el extranjero.

Nunca me he casado pero vivo con una mujer que corre con los gastos de los dos. Para mucha gente soy un chulo pero muchos escritores respetables que conozco han vivido en Paris como parásitos de su mujer. Prefiero a las mujeres que a los hombres. Por que?. Porque la mujer es más desequilibrada que el hombre. Es un ser infinitamente más mórbido y enfermo que el hombre. Resiente más, incluso cosas que un hombre no puede sentir. Por eso noté que las mujeres están más cercanas a mi manera de escribir que los hombres.

Siempre he vivido en medio de contradicciones y nunca he sufrido, Si hubiera sido un sistemático, tendría que haber mentido para encontrar una solución. Ahora bien, no sólo acepté ese carácter insoluble de las cosas, sino que incluso encontré en ello cierta voluptuosidad, la voluptuosidad de lo insoluble. Nunca busqué reunir o, como dicen los franceses, conciliar lo irreconciliable. Siempre tomé las contradicciones como venían, tanto en mi vida privada como en la teoría. Nunca tuve una meta, nunca busqué ningún resultado. Creo que no puede haberlos, ni en general ni en lo personal. Todo es no “sin sentido”, me disgusta un poco la palabra, sino “sin necesidad”.

Existe, claro, el amor y con frecuencia me he preguntado: cuando uno ya adivinó todo y ha penetrado todo con la mirada ¿cómo se puede uno prendar de algo? Sin embargo, sucede. Se puede dudar absolutamente de todo, afirmarse como nihilista, y sin embargo enamorarse como un adolescente. Esa imposibilidad teórica de la pasión, pero que la vida real no cesa de hacer palpable en nosotros, hace que la vida tenga un encanto verdadero, irrefutable, irresistible. Uno sufre, se ríe de ese sufrimiento, hace lo que quiere, pero esa contradicción fundamental es tal vez lo que hace que la vida valga aún la pena de ser vivida.

Viví veinticinco años en hoteles y siempre andaba como un animal, como una bestia salvaje. La seguridad representa un peligro increíble en el plan espiritual, al igual que una salud perfecta es una catástrofe para el espíritu. También, un intelectual o, digamos, un escritor, debe guardar el sentimiento de no tener un suelo donde pisar con firmeza. Si, por el contrario, comienza a instalarse, a ¿cómo decir?, establecerse, está perdido.

Para escribir una novela hay que elegir los detalles. Yo no me intereso en los detalles, voy de inmediato a la conclusión. Si escribiera una obra de teatro, la empezaría en el quinto acto porque desde el inicio ya estoy entreviendo el final. Con tal concepción de las cosas, no se puede ni escribir un libro ni practicar las bellas letras ni, en general, ningún género literario. Es por eso que no soy un escritor, soy un... no sé... un hombre de fragmentos. Me llamo Emile Cioran.

"Soy feliz e infeliz a la vez. Estoy exaltado y deprimido, desbordado por el placer y la desesperación en la más contradictoria de las armonías. Estoy tan alegre y tan triste que en mis lágrimas se reflejan el cielo y la tierra al mismo tiempo." (Emile Cioran)

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