02 abril 2019

La identidad y el desconcierto


Según Fukuyama existe una necesidad de la gente de pertenecer a entidades lo suficientemente pequeñas como para percibirlas como tales. La reivindicación de las identidades particulares y la insistencia en que debemos respetarlas es un rasgo distintivo de la época actual. Según el autor, la causa no es la cerrazón de la gente o su incapacidad de razonar, sino el desconcierto que ha traído consigo nuestra época.

La globalización, internet, la automatización, la emigración masiva, el auge de India y China, la crisis financiera de 2008, el ascenso de las mujeres y el que estas hayan sustituido a los hombres en unas economías más orientadas a los servicios, el movimiento a favor de los derechos civiles y la emancipación de otros grupos, y la pérdida de la situación de privilegio de los blancos son tan solo algunos de los fenómenos que hemos vivido en los últimos tiempos. Sin lugar a dudas, para cientos de millones de personas, ahora el mundo es mejor. No obstante, Fukuyama nos recuerda que, en gran parte de Occidente, la población ha padecido los efectos de la deslocalización y las élites se han apropiado de sus frutos.

En este contexto de cambio, afirma, las políticas de identidad han adquirido protagonismo y han pasado a formar parte de nuestra cultura común. Ya no son territorio de un partido o un bando. En la política estadounidense, por ejemplo, antes la izquierda se centraba en la igualdad económica, y la derecha, en la limitación de la intervención gubernamental. Hoy en día, la izquierda se concentra en “promover los intereses de una amplia variedad de grupos que considera que sufren marginación”, mientras que la derecha “se redefine como patriotas cuyo objetivo es proteger la identidad nacional tradicional, una identidad a menudo conectada de manera explícita con la raza, la etnia o la religión”.

Fukuyama apunta que vivimos en una época en la que, más que el interés material, la locomotora de los asuntos humanos es la sensación de no ser tenido en cuenta. Los gobernantes de Rusia, Hungría y China se rigen por las humillaciones nacionales del pasado; Osama bin Laden respondía al trato que reciben los palestinos; Black Lives Matter obedece a la letal falta de respeto por parte de la policía. Por su parte, un amplio sector de la derecha estadounidense, que asegura que aborrece las políticas de identidad, actúa impulsado por la percepción de que está siendo humillado.

Con todo, también hace sus críticas. El politólogo se teme que las políticas de identidad “se hayan convertido en un sustituto barato de la reflexión en profundidad sobre cómo revertir treinta años de tendencia de las economías más liberales al aumento de la desigualdad socioeconómica”. Le preocupa que “cuanto más abre los ojos” la izquierda a las cuestiones de identidad, menos capaz sea de ofrecer una crítica al capitalismo.

A diferencia de otros autores, no parece que crea que es posible o deseable que los seres humanos se consideren a sí mismos miembros de la humanidad por encima de todo. El autor está convencido de que el Estado nacional es un componente saludable de los asuntos humanos, y dedica el final de este libro a analizar de qué manera pueden cultivar los países unas “identidades nacionales integradoras” arraigadas en los valores liberales y democráticos, que sean lo bastante amplias para ser inclusivas, pero lo suficientemente restringidas como para dar a la población una sensación real de capacidad de intervención en su propia sociedad.

(ANAND GIRIDHARADAS) 




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