27 abril 2014

Felicidad clandestina



"Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio pelirrojo........... poseía lo que a cualquier niña devoradora de historias le habría gustado tener: un papá dueño de una librería.

Pero que talento tenia para la crueldad......... como nos debía de odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, delgadas, altas, de cabello libre. 


En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.


Como por casualidad, me informó de que tenia El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato. Era un libro grueso, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al dia siguiente pasaba por su casa me lo prestaría. 

Hasta el día siguiente, de la alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, nadaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. ........me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mi por completo....................me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serian después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, anduve brincando por las calles y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. ........ al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Apenas me imaginaba yo que más tarde, en el transcurso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla. 

Y así seguimos. ¿Cuanto tiempo?. No lo sé....... Yo había empezado a adivinar, es algo que adivino a veces, que me había elegido para que sufriera. Pero incluso sospechandolo, a veces lo acepto, como si el que me quiere hacer sufrir necesitara desesperadamente que yo sufra. 

Hasta que un día....... apareció la mamá..... Nos pidió explicaciones a las dos. Hasta que esa buena mamá, entendió al fin...... Fue entonces cuando firme y serena le ordeno a su hija: "Vas a prestar ahora mismo ese libro". Y a mí: "y tu te quedas con el libro todo el tiempo que quieras". 

Al llegar a casa no empece a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas mas tarde lo abrí, leí unas lineas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber donde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. 

Creaba los obstaculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mi la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si ya lo presintiera. ¡Cuanto me demoré!. Vivía en el aire.... Había en mi orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purisimo.

Yo no era una niña más con un libro: era una mujer con su amante. 

(Extracto del relato Felicidad clandestina)
(Clarice Lispector)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es precioso.
Esther