26 mayo 2013

La nostalgia de aquellos tiempos en que lo supuestamente imposible era todavía imposible de verdad






“..la vida a la que nos resignamos cada jornada, lo real empeñado en parecerse minuciosa y fatalmente a lo real, tampoco tiene por qué apasionarnos siempre como argumento literario. Es más, la descripción minuciosa y esforzadamente fiel de la realidad es insuficiente para comprender la realidad misma. Ocurre que lo auténticamente significativo nunca sucede fuera de nosotros, en el escenario fotográfico y pedestre, sino dentro, que es territorio fantasmagórico. Acudimos a lo fantástico no para huir de la realidad —objetivo tan digno como imposible— sino para ponerla mejor a nuestro alcance o, como diría el lobo a la realista Caperucita, “para entenderla mejor”. No debemos olvidar que Borges catalogó la teología y digamos que por extensión también la filosofía misma como pertenecientes a la literatura fantástica.

Basada en la maravilla o el estremecimiento sobrecogedor, los tiempos no son propicios al género a pesar de la sobreabundancia casi industrial de artefactos literarios que pretenden pertenecer a él. Cuando cualquiera de nosotros, por ramplona que sea su imaginación, lleva ahora en el bolsillo un objeto prodigioso del tamaño de un paquete de cigarrillos que permite comunicarse con cualquier parte del mundo, enviar sonidos e imágenes, tomar fotografías, ver películas o acontecimientos deportivos, consultar archivos y bibliotecas, orientarse en ciudades desconocidas, recibir noticias, solicitar ayuda si se está en peligro, buscar novia o jugar al póquer, además de mil cosas más, creer en la magia se ha vuelto difícil por saturación. Nos hemos familiarizado con lo milagroso, cuya esencia consiste precisamente en romper con lo explicable y familiar. Las profecías innovadoras de Julio Verne el propio H. G. Wells no nos transportan ya imaginativamente hacia el futuro sino que ahora tienen el encanto nostálgico de aquellos tiempos en que lo supuestamente imposible era todavía imposible de verdad y no una rama de las ofertas otoño/invierno de los grandes almacenes. Tal como decía el viejo chiste que le habría ocurrido de haber vivido en España o México, Franz Kafka se ha vuelto ya en todas partes un escritor costumbrista

(Fernando Savater)

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