21 abril 2011

Una postura inofensiva y usual


El factor más grave de la línea de Mathilda era el hecho de que últimamente ella había tenido un amante ficticio.

Era una impostura usual en las esposas de Parque Remsen, donde ellos vivían. Una o dos veces por semana Mathilda se vestía con sus mejores prendas, se ponía un poco de perfume francés y usaba el abrigo de piel, y después, hacia el final de la mañana, tomaba un tren que la llevaba a la ciudad. A veces almorzaba con una amiga, pero era más frecuente que comiera sola en uno de esos restaurantes franceses de la calle Sesenta visitado por mujeres solas. Habitualmente bebía un cóctel o pedía media botella de vino. Quería aparecer corrompida o misteriosa – víctima del cruel enigma del amor – pero si un extraño la hubiese mirado fijamente la habría acometido un paroxismo de timidez, y con un sentimiento parecido al pánico habría recordado su hermoso hogar, sus hijos de expresión sincera, y las begonias de su jardín. Por la tarde, asistía a una función teatral o veía una película extranjera. Prefería los temas intensos que agotaban sus sentimientos – o como ella misma decía, que la dejaban “vacía”. Durante el viaje de regreso, en uno de los últimos trenes, se la veía serena y triste. A menudo lloraba mientras preparaba la cena, y si Mallory preguntaba qué le ocurría ella se limitaba a suspirar. Él tuvo un momento de sospecha, pero una tarde la vio mientras caminaba por la Avenida Madison, y ataviada con su abrigo de piel estaba comiendo un sándwich apoyada en un mostrador; entonces llegó a la conclusión de que las pupilas de los ojos de Mathilda estaban dilatadas, no por el enamoramiento, sino por la oscuridad del cine. Era una postura inofensiva y usual, y forzando un poco la compasión incluso podía considerársela útil.

(John Cheever: La geometría del amor)

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