13 febrero 2011

El estado y la regulación


«Un Estado que quiera regular la vida de sus ciudadanos de principio a fin acabará inevitablemente en el totalitarismo. Uno de los principios básicos de la democracia es la separación entre lo privado y lo público. En la vida privada tengo derecho a hacer lo que quiera, siempre y cuando no perjudique a otros, mientras que en la vida pública estoy sometido a ciertas normas, porque en algún momento se decidió que unas reglas son mejores que otras y que éstas no pueden someterse a debate constantemente. Por supuesto hay casos ambiguos en los que resulta difícil determinar qué pertenece al ámbito privado y qué al público, pero lo mismo sucede con todas las oposiciones que atraviesa la vida social.»

El campo de concentración constituye en cierto sentido la quintaesencia del Estado totalitario. En él, el totalitarismo se manifiesta de la forma más clara y elocuente. Esas situaciones no despiertan lo mejor de las personas. «Sin embargo, quedó claro que, incluso en tales circunstancias, muchas personas seguían comportándose de una manera conmovedoramente moral y humana. No porque estuvieran obligadas a hacerlo, sino porque, al parecer, es inherente a nuestra naturaleza y forma parte de nuestra identidad humana. La madre que sigue ayudando a su hija aunque sabe que también a ella le puede pasar lo peor, o el hombre que comparte su pan, a pesar de estar a punto de desfallecer de hambre: esas personas no lo hacen porque piensen que deben comportarse como seres morales. Las reglas aprendidas desaparecen tras veinticuatro horas de hambre, frío y maltrato. En cambio, los motivos más profundos, que proceden de la identidad humana, son inextirpables. Esa identidad tiene siempre un carácter social. La conducta moral se deriva de la propia humanidad del hombre, del hecho de que hemos nacido como seres comunitarios.»

(Tzvetan Todorov)


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