24 diciembre 2010

Las gafas de sol

En todo amor hay un instante fijado por la cámara del alma. Queda allí, inmutable, eterno, pero tibio y cercano provocando una y otra vez el misterio de su hechizo. Recuerdo hecho de olfato, gusto, tacto, mirada y oído que impregna la memoria indeleblemente, como la escena en que todo amor marcó su síntesis perfecta. Después de los años y la memoria de otros cuerpos, aquel instante insiste en perpetuarse. El sabia, que si conseguía impregnar , una única situación, con su presencia, su voz y su perfume , provocaría en ella una marca, indeleble,sin retorno.

No la conocía pero desde hacia dos años la seguía, la miraba, la deseaba. El tiempo se convirtio en instantes que habia que llenar entre sus presencias . Cuando pasaba dos días sin verla se postraba, con una enfermedad física, como si le faltara fuerza para vivir. Poco a poco le iba abandonando la vitalidad que volvía a emerger cuando reaparecía.

Preparo obsesivamente el instante aun esperando que en el ultimo momento fluyera el torrente de su intuición y pronunciara la frase devastadora, marca imborrable, fijadora del deseo y precursora de inmortalidad.

Se acerco a ella, estaba de espaldas, y toco levemente su hombro. El giro de su cabeza se le hizo eterno, como si el tiempo se hubiera detenido. Afluía la sangre a su garganta, se cruzaron sus miradas y fue incapaz de pronunciar palabra , aunque el choque terrible de las pupilas dilatadas provoco en el un llanto desgarrador, que le doblo de dolor. Los siguientes diez años no hablaron de nada especial y únicamente en las crisis retomaban la fuerza del deseo y el llanto. Las gafas de sol mantuvieron esta unión.

(Evaristo Cienpozuelos)

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