30 agosto 2010

Pinocho y la monarquia


Pinocho es un diablillo. Es un niño "de madera", duro y sin corazón que no honra a sus padres. Sin embargo, a medida que avanza el cuento empieza a evidenciar síntomas de humanidad. Cuando cuenta mentiras, le crece la nariz, lo cual indica la presencia de una conciencia. Pero solo después de que ha demostrado que tiene sentido del deber y sentimientos sinceros de amor, se convierte en un humano de carne y hueso. En una silla a su lado descubre la marioneta que era antes.

El cuento ilustra el desarrollo ideal de un monarca constitucional. A fin de evitar un choque entre su papel simbólico y sus cualidades, el monarca ha de empezar siendo un leño. A continuación ha de desarrollar la capacidad de establecer una diferencia entre si mismo como persona privada y como persona pública. (En este sentido es curioso que, de joven, la futura reina Guillermina tuviera una institutriz especial para sus muñecas.)

El monarca ha de ser suficientemente listo para hacerse el tonto. En los actos publicos ha de comportarse como una marioneta para dejar bien claro que esta interpretando un papel. No puede evidenciar sentimientos sinceros y ha de honrar a sus padres solo formalmente. La prueba definitiva de su idoneidad para el cargo es la demostración involuntaria de vergüenza. Pero para evitar que su nariz llame demasiado la atencion, sus apariciones en publico han de ser lo más breves posibles.

(Matthijs van Boxsel)

24 agosto 2010

La estupidez en tres periodos


En primer lugar tenemos la estupidez clásica que se caracteriza por una ingenuidad fundamental. Aquí es aplicable la frase bíblica: "Señor perdónalos porque no saben lo que hacen". La imagen que tiene el tonto de la realidad no coincide con los hechos. Está con la cabeza en las nubes y no ve la realidad. Retirando velos, le descubriremos la verdad desnuda.

A la estupidez moderna se le puede aplicar la sentencia: "Señor no saben lo que hacen, y más vale así.........." El velo no esconde la situación real, es justo al revés: la realidad existe en virtud de una ilusión. Las apariencias conforman nuestra realidad, mientras no se perciba la ilusión. La comprensión no solo pone fin a la estupidez y a la ilusión, sino también al mundo que gira en torno a ellas.

Hoy día nos enfrentamos a la estupidez posmoderna: "Señor, saben lo que hacen y aun así lo siguen haciendo". La estupidez parece haber pasado de moda. El posmoderno es demasiado listo para dejarse engañar por su propia retorica. Es un estúpido ilustrado.Es muy consciente de la distancia que existe entre la apariencia y la esencia, pero confía plenamente en la mascara. Ya no podemos confrontar al posmoderno con su punto ciego, con lo que ignora adrede para tener razón, porque el posmoderno ya ha calculado de antemano esta distancia.

Pongamos por ejemplo la política. El político engaña abiertamente; nadie le cree y el lo sabe; y nosotros sabemos que lo sabe, y el también sabe esto. ¿Donde hemos de buscar la estupidez en toda esta omnisciencia?. Si todos saben, ¿quien no sabe?.

Parece que hemos aterrizado en la época postideologica, pero esta es una conclusión precipitada. El posmoderno deja intacto el nivel fundamental de la estupidez: la estupidez funciona en la propia realidad, en lo que hacemos, y no en lo que pensamos que hacemos.

Sabemos perfectamente que el poder del soberano se basa en determinados acuerdos, pero en la practica fingimos que el rey es la encarnación del pueblo. Somos tontos en la practica. La estupidez no reside en el pensamiento, sino en hacerlo a pesar de todo.

En resumidas cuentas, no hemos de buscar la estupidez en el plano psicológico; la estupidez no tiene nada de personal o espontáneo, al contrario. la estupidez se materializa en la practica cotidiana. la estupidez se esconde en la acción, por ello es posible delegar la estupidez en las maquinas.

15 agosto 2010

La comedia de la desdicha

Es curioso que la obsesión individual por ser felices en el ámbito doméstico coincida con la necesidad de aparecer a los ojos de los demás como incurables quejosos. Peter Sloterdijk ha bautizado esta ideología como la "comedia de la desdicha": la pantomima de seguir un guión victimista en sociedad a fin de blindarnos de las virtudes contaminantes del don de la felicidad genuina, por definición extática, intersubjetiva. Nos quejamos por vicio, en verdad, pero, sobre todo, porque mostrarnos como felices ante los demás nos obligaría -noblesse oblige- a ser más generosos.
(German Cano)