22 octubre 2009

Havel y el post-comunismo

"Lo que más me costó", dice con una expresión traviesa, "fue tener que hablar de manera diplomática: no podía decir todo lo que hubiera querido. Para una persona como yo, que toda la vida estaba acostumbrada a decir lo que opinaba, la obligación de expresarme de un modo frío, distante y diplomático resultó dificilísimo". "Tras la caída del sistema totalitario", afirma Havel, "en los países del antiguo bloque soviético comenzó una etapa transitoria: el poscomunismo. Una fase de rápida y masiva privatización, no delimitada por ningún marco jurídico sólido, en la cual la antigua nomenclatura comunista controla tanto las informaciones como los contactos, lo que la convierte en el núcleo y la parte más influyente de la nueva clase empresarial". Esas personas, una vez enriquecidas y aupadas a las esferas del poder democrático, tuvieron ante todo la habilidad de limitar la libertad de expresión y de reunión política, tan necesarias a la democracia. Acostumbradas a ejercer el poder limitando el de los demás, esas nuevas clases surgidas de la antigua administración empresarial acoplan sin apenas disimulo el poder económico con el político y el control de los medios de comunicación. "Así han establecido algo que suelo llamar capitalismo mafioso", dice Havel.

Ninguno de los países que, hace 20 años, se desembarazaron del totalitarismo ha podido evitar los dos fenómenos que caracterizan el poscomunismo: la corrupción y la desmoralización en cuanto desánimo y pérdida del sentido ético.

En los países que vivieron bajo el comunismo, la población vive sumida en la frustración y la apatía generalizadas. Havel llama a esta atmósfera, que paraliza la sociedad, la "depresión poscomunista". El ex preso Havel compara ese extraño estado a la psicosis de un prisionero en libertad: "Cuando un preso, acostumbrado a vivir durante años en una estrecha celda con una estrictísima disciplina, sale de la cárcel y experimenta todo lo que de insólito tiene la libertad, cree que todo le está permitido, pero sufre bajo el peso de las decisiones que hay que tomar continuamente, mientras antes eran el Estado y el Partido quienes decidían".

Los ciudadanos de los países poscomunistas suelen tener ideas bastante más conservadoras que los habitantes de la Europa occidental. Desconfían de principios que puedan recordar la propaganda comunista, como educación o sanidad para todos. Según Havel, se trata de una reacción al régimen anterior: "La gente critica cualquier tipo de regulación estatal porque les parece comunista. Nos hace falta equilibrio, perspectiva. Y la llegada de nuevas generaciones, más serenas que las que vivieron los excesos ideológicos".

Havel explica que los ciudadanos sienten ira porque, durante el comunismo, para sobrevivir tuvieron que plegarse forzosamente al régimen: "Adaptándose acabaron colaborando con el comunismo aunque no estuvieran de acuerdo con él. La gente se sentía humillada por tener que decir lo contrario de lo que creía. En la democracia, toda la ira y el odio acumulados despertaron y la gente se ha lanzado a buscar chivos expiatorios". A todos les cuesta aceptar que hubo quien no se plegó al régimen porque ese ejemplo les pone ante un espejo que refleja una imagen insufrible de sí mismos.

"La UE padece esa antigua enfermedad europea que es la tendencia a aceptar el mal", reflexiona Havel, "a cerrar los ojos y cooperar con países autocráticos y a veces incluso dictatoriales. Creo que los nuevos miembros de la UE, que tienen una experiencia reciente del totalitarismo, deberían alertar a la UE en este sentido. Porque la complacencia hacia el mal nunca ha obligado al mal a retirarse".

(Vaclav Havel)

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