31 mayo 2009

La Hipocondria

—Joder, tío, ¿a que no sabes quién se ha muerto? Todos los días, voy a buscar a mi hija a la puerta del colegio. Y allí, a la puerta del colegio, todos los días coincido con la madre de una amiguita suya. La amistad entre nuestras hijas y las elementales normas de urbanidad me obligan a saludarla con un somero “¿qué tal estás?”. Es una mera fórmula; pero lo malo es que ella me responde: —Pues ya ves, Miguel —y unos días se echa la mano a la garganta, otros al cuello, otros a una rodilla—. Estoy hecha polvo. Tendrá treinta y pocos años. Yo la veo bien, quiero decir: rozagante, pero siempre lleva en la mano una bolsita de esas pequeñas que dan en la farmacia, con un medicamento dentro. Siempre lleva una rebequita, aun en verano, que se ciñe continuamente al cuerpo: siempre está destemplada. A menudo tiene prisa porque está citada en el ambulatorio para recoger recetas. Cuando no es eso, anda apurada porque va a visitar a un familiar, a un allegado, o a un conocido que está en el hospital. Lo cual no digo que sea censurable, todo lo contrario, es muy humanitario. Si no fuera porque, a renglón seguido, me cuenta la operación a que le fue sometido el paciente. O la lesión traumatológica que tuvo: —De la manera más tonta: fue a coger el autobús cuando de pronto hizo así, fuissss, y la tibia se le rompió en cuatro cachos y el maleolo se le desplazó a la izquierda y se le desprendió también el maxilar. Lo cuenta así como con voz enigmática. —Joder, qué hostión tuvo que darse —concedo yo. Su preferencia, sin embargo, está en esas enfermedades extrañas que se manifiestan de pronto por unos síntomas a los que nadie, en principio, prestaba atención. —El caso es que a ella (se refiere a una vecina) le picaba mucho el lóbulo de una oreja. Fue a la consulta pero el médico no la hizo ni caso (en sus historias, los médicos de la Seguridad Social nunca hacen caso de nada, están como empanados). Entonces fue al especialista y, ¿qué dirás que le diagnosticaron, Miguel? —Ni idea. —La fiebre del heno. Se sabe, no hace falta que lo diga, cientos de nombres de medicamentos, sus contraindicaciones y, sobre todo, sus efectos secundarios. A poco que digas que te duele la cabeza, te nombra decenas de pastillas que te puedes tomar (y te ofrece, por supuesto, una que ella lleva siempre encima). Le encanta (no lo puede disimular) ser la primera en anunciar la muerte de un famoso, o al menos que tiene un cáncer incurable. Quiero quitarle hierro al asunto, pero tendrías que oír, amigo bloguero, con cuánto lujo de detalles me describe el tránsito de un ser querido. O de un vecino al menos. A la madre de la amiga de mi niña siempre está a punto de salirle un herpes. Por la ansiedad. —Es que la vida —me solidarizo con ella—, está llena de sinsabores. Y cuando no, se te cae un empaste. De todas formas, este último viernes me cansé. La interrumpí en medio de una frase: —Joder, Aurora (así se llama), no haces más que contar desgracias, enfermedades y muertes. —¿Y qué quieres, Miguel? ¿En que mundo vives tú? ¿Es que no ves el telediario? ¿Es que tú te crees que se puede estar contento y despreocupado con la pandemia que se extiende, con las guerras en todos los continentes, con los niños que se mueren de hambre en África, con las bombas que caen sobre Gaza? —Hombre, no, pero… —Hace falta ser un inconsciente, perdona que te diga. Vivir en un mundo de ficción. Y aquí es cuando, lo confieso, me desarma completamente y no sé qué decir. Es oírla esto y me da un dolor aquí, como en el tercer espacio intercostal, que me deja sobrecogido. Justo ahora vengo de pedir cita en el médico. (Miguel Baquero). Ha publicado varios libros: El ultimo: Diez cuentos mal contados. Muy recomendable, en este estilo cotidiano/universal tan atractivo. http://miguel-baquero.blogspot.com/

4 comentarios:

Mafe Glory dijo...

me encanto, saludos!

Rafa dijo...

Miguel Baquero es un buen narrador. A mi tambien me gusta como escribe. Un saludo

José Luis dijo...

Pues yo estaba pensando que era algo tuyo... Me ha sorprendido que fuera de otro.
Saludos.

Rafa dijo...

Lo mismo me pasa a mi cuando leo a Miguel, aunque el tiene el punto de la rebequita y la narración.....